El servicio colectivo
En tiempos no tan remotos, ciertas ciudades vivían en perpetua bronca y guerra. Ocurría que algunas familias con billete y ambición se disputaban el poder a la mala. Y no se andaban con buenos modales o tibiezas. Contrataban rufianes, malandrines y gente de buen puño y mejor patada. Eran entonces bandas que se enfrentaban sin piedad ni cuartel. Era imposible que alguien les sugiriera que se unieran en una liga o colectivo de peleadores debido a los intereses en juego. No ocurre lo mismo con los señores del serenazgo de esta ciudad sin agua en medio de mares de ríos, quebradas y caños.
Nada les separa, salvo el personalismo medieval de ciertos burgomaestres. Los alcaldes no son dueños de los uniformados que con armas en la mano deben combatir los diversos delitos. Pero creen que disponen de efectivos para que les sirvan en los límites de sus sectores establecidos. Ese es el factor que impide que entre nosotros todos los municipios formen un colectivo de serenazgos, un frente de luchadores contra tantas cosas. Dispersos, aislados, cada quien en lo suyo, el combate de los señores del serenazgo pierde desde el inicio su eficacia, y parecen fuerzas burocráticas que andan de un lado a otro buscando algo que se les ha perdido.
En tiempos no tan remotos, ciertos gobiernos incentivaban las masacres entre familias para mantenerlas ocupadas. Es decir, metían más fuego al horno, más agua el río, más cereza al pastel. No sabemos qué o quién incentiva el personalismo de los burgomaestres para que los señores del serenazgo se dividan o se aíslen. Eso debe terminar. Entonces estamos de acuerdo con el señor Segundo Tarrillo Matute, comandante en jefe máximo del Serenazgo de Punchana que propone el fin de los límites, ediles se entiende, para que ese servicio se convierta en algo colectivo y sin trabas o fronteras.