En el último tramo de su campaña electoral el candidato Alfredo Barrenechea sufrió una crisis repentina y, de pronto, rechazó el voto de los ciudadanos de ambos sexos. Era increíble ver al aludido andando de un lugar a otro y llamando a grandes voces a no votar por él. Nada quería saber entonces con la preferencia de los electores que había decidido darle su voto. Alfredo Barnechea quería estar solo, lejos de todo ese zafarrancho de la campaña de las ánforas. Anhelaba acabar cuanto antes con la tortura de ir de un lado a otro, declarando a la prensa, pronunciando discursos y suplicando que votaran por él.
El día central de las elecciones Alfredo Barnechea recorrió los lugares de votación renegando de todo, despotricando de los políticos y pidiendo que no votaran por él. No quería nada, ni siquiera un voto, porque estaba hasta la corona de esa campaña. Cuando supo el resultado a boca de urna, el susodicho se perdió en una celebración que duró varios días, mientras sus escasos partidarios trataban de calmar su exagerada euforia. Pero Barnechea no dejó de festejar como si hubiera ganado las elecciones.
En medio de su celebración, donde comía y bebía sin contención, dijo a unos periodistas que insistían en hacerle una entrevista que todo comenzó en Jauja, donde rechazó un sombrero que alguien le puso en la cabeza. Luego rechazó un plato de comida que un ciudadano le presentó como una provocación. Esos rechazos iniciales le animaron a seguir rechazando otras cosas de la campaña electoral, hasta rechazar de plano las mismas elecciones. Ese cambio se debió a un cansancio de todo lo que oliera a búsqueda del voto. Y desembocó en una verdadera alergia que le impulsó a no seguir en la contienda, pero como no podía renunciar tuvo que contentarse con rechazar el voto.