Percy Vílchez Vela
Cuando apareció la increíble noticia de que el niño Ethan Sondebom, que contaba con 13 años de edad, postulaba al alto cargo de gobernador del estado de Vermont, en el Perú hubo un violento sismo, una violenta inclinación a convertir a los niños en autoridades. Era el momento de acabar con el reinado de los adultos y los mayores que estaban tan desprestigiados en todos los sentidos que ya no daban para más. Era el momento cumbre de permitir que la imaginación de los infantes sirviera para gobernar los destinos de ese país inconcluso, vetusto y poblado de desencuentros. Entonces en el impopular Congreso se aprobó, con abrumadora mayoría, que a partir de los 12 años era posible elegir y ser elegido.
El niño que aspiraba en serio a ser gobernador de Vermont fue invitado al Perú a dar conferencias sobre cómo administraría ese estado norteamericano. Sorprendió a propios y extraños que sus reuniones fueran tan nutridas. La gente no sabía cómo llegar hasta él y darle su apoyo en esas elecciones que se venían. El día de la votación en Vermont Ethan Sondebom no fue agasajado por la preferencia del elector y quedó en el último lugar. Semejante derrota hizo que muchos peruanos de ambos sexos y filiaciones decidieron invitarle a participar en las elecciones del 2021 donde se jugaba la presidencia de la república.
El infante Ethan Sondebom no hizo campaña en esa oportunidad histórica, no dio ningún discurso y solo se presentaba en los pueblos y ciudades jugando al trompo. Entonces era su máxima oferta que el juego del trompo fuera un juego para toda edad y condición. Los votantes fueron encandilados por esa ganga y votaron en masa por el niño forastero. De esa manera, y no de otra, el Perú es gobernado por un niño extranjero. En su despacho presidencial el mandatario Ethan Sondebom permanece todas las horas, jugando al trompo, mientras sus ministros, sus asesores, sus altos funcionarios hacen lo mismo. El país se ha convertido en una enorme campo de juego donde los unos y los otros juegan al trompo.