Por: Moisés Panduro Coral
A nadie le cabe duda hoy que la humanidad está digitalizada. Progresivamente nuestra filosofìa va trasvasándose, y cada vez con mayor velocidad, desde la materia hacia la energía. El mundo de hoy es energía de bote en bote, muy escaso de materia. Compramos menos publicaciones en formato impreso porque está a nuestro alcance y con una diversidad incomparable aquellos de hechura digital. Y las tareas requieren menos musculatura y más cerebro porque los procesos se gobiernan mediante diminutos chips rebosantes de circuitos energéticos.
Somos testigos excepcionales de la extraordinaria permuta en la forma de diferenciar nuestras sociedades. Tal vez, con el tiempo, en lugar de hablar de sociedades ricas y pobres, estemos hablando de sociedades altamente digitalizadas y sociedades escasamente digitalizadas. Entonces nos parecerán ricas las primeras y pobres las segundas. Puede ser que, en un futuro no muy lejano, nos sean más útiles los indicadores que midan cantidad de bits en movimiento que los tradicionales indicadores sociales y económicos que hoy utilizamos para saber si estamos encaminados al progreso o detenidos en el atraso.
Y no porque no sea importante producir más alimentos, más bienes de consumo, o vender más servicios, sino porque lograr esa producción en los volúmenes que la demanda exige y con la calidad que la competitividad impone será imposible si no contamos con tecnología digital, lo cual implica pasar del paradigma del átomo al paradigma del bit; del volumen físico a la velocidad de transmisión de datos; de la materia a la energía.
El bit, la energía, representa menos costos, pues al ablandar, acelerar o facilitar los métodos permite que el esfuerzo se minimice y se traduzca en reducción de gastos, lo cual mejora los indicadores de eficiencia. Comporta también una más amplia cobertura geográfica, lo que vuelve a una organización o a un gobierno mas eficaz al llegar con oportunidad y con menor dificultad a lugares inaccesibles a través de otros medios. Desencadena la transparencia porque estando la información en una suerte de nube virtual, ésta puede ser accesada en el contexto de una relativa igualdad de oportunidades por cualquier ciudadano del planeta.
Pero el bit representa también democracia. Y a eso quería llegar. Una sóla cuenta en una red social puede servir para que en medio del vértigo de la cotidianeidad varios miles puedan conocerte y saber de tus ideas, tus creencias, tus posturas, tus intereses, tus reclamos, tus aspiraciones, tus defectos, tu vida misma. Naturalmente, para que este aserto sea válido es necesario autenticidad personal, liberación de hipocresías, desnudez del alma, independencia de criterio, emancipación de la incultura.
Apuesto por la energía más que por la materia. Sueño con el día en que no haya un ciudadano que no tenga una cuenta en una red social. En un espacio-tiempo en el que la opacidad intelectual quiere brillar matando derechos, en el que las mafias ladronas se aprovechan de la buena fe del ciudadano, en el que la tinterillada, la mermelada y la marranada pretenden estar por encima del honor y la privacidad personal, las redes sociales se constituyen en una trinchera democrática inigualable. Lo he podido verificar.