Hay un gran malestar de la ciudadanía hacia sus gobernantes. Casi todos los días mienten clamorosamente. Lo hacen sin vergüenza alguna, con cinismo. Uno de los muchos casos patológicos es el presidente Trump, que compulsivamente y desde su atril de presidente se despacha en mentiras que no tienen asidero en la realidad –la prensa lo desmiente oportunamente pero él sigue erre con erre. Pero no es el único en inventar farsas desde el poder. Aquí en este lado de la península ibérica, el presidente de gobierno conservador desde que lleva en el gobierno miente cada día, el anterior expresidente del partido socialista también iba por el mismo camino, es más llegó a negar que había crisis económica o que la burbuja inmobiliaria había pinchado; sí, es un caso de psiquiátrico, el de negar la realidad. Lo peor es que los hechos terminan desmontando las mentiras del actual presidente de gobierno, pero él sigue al pie del cañón como si nada hubiera ocurrido. Es más, los llama plastas a quienes no piensan como él en su relato (súper optimista y sin sacudidas) con la crisis que vivimos. Recordemos que estas mentiras vienen desde el poder y muchas veces corroborados por ciertos medios de comunicación creando una zona paralela de la realidad ¿Con tantas mentiras diarias la ciudadanía nos hemos acostumbrado a ellas? Pareciera que las mentiras de quienes nos gobiernan no nos hacen mella, lo tomamos como si fuera la colazione (el desayuno) del día. Las mentiras pronunciadas por estos gobernantes serían como un placebo para vivir estos momentos de crisis, necesitamos creerlas para hundirnos en el hoyo más oscuro. Estaríamos viviendo una terrible y demoledora pesadilla orwelliana. Me fastidiaría un montón que nos hubiéramos acostumbrado a estas mentiras, nos habrían lavado y robado las ideas.
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