El Papa y los malos aires

En la nada modesta Capilla Sixtina, 155 religiosos de toda la tierra, convocados a última hora para elegir al relevo del renunciante Benedicto XVI, metieron candela y dejaron salir el famoso humo blanco. La sorpresa fue absoluta. Nadie, ni el mago Charamama, ni la adivinadora Amatista, ni siquiera el gran Nostradamus, pudo predecir que el Santo Padre, que el Sumo Pontífice, el dueño del trono de Pedro, el rey del Vaticano, iba a ser un rezador argentino, un sotánico gaucho, un pastor de latinoamerica. El cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, ascendió a tan alta cumbre, mandando al techo a otros nombres que se insinuaban en el horizonte. Es la primera vez que ello ocurre y hay alborozo en varios sectores de este continente.

Pero la línea papal, de acuerdo a las primeras informaciones sobre el susodicho religioso, no variará un punto. Es decir, seguirá en el campo de la derecha. Es posible entonces que nada cambie a la corta o a la larga y siga reinando el gatopardismo. Pero el nuevo Papa no puede dejar de enfrentarse a los malos aires que enturbian desde hace tiempo al catolicismo universal. No puede seguir con lo mismo, fingiendo no ver los desmanes de sus pastores, los excesos de sus afiliados.

El pontífice Francisco debe acabar con los disturbios sexuales de algunos religiosos. Debe seguir pidiendo perdón por los tantos abusos de la iglesia a lo largo de su historia. Tiene que buscar un mejor trato a los afiliados a la Teología de la Liberación que no es una herejía si no una interpretación del evangelio desde una opción social. En Latinoamérica está ´la mayor cantidad de católicos de la tierra, pero también el mayor peligro de disidencia contra la jerarquía eclesiástica. Desde su soltería eterna en Roma, el señor  Jorge Mario Bergoglio tiene que hacer algo para evitar el incremento de la sinagoga, el hogar creyente o el culto aparte, de alguna manera hay que llamar a esa huida del templo habitual de algunos fieles que prefieren reunirse en cualquier parte lejos del cura, de los ritos de siempre.