La abundancia en el país cocinero del voto móvil, migrante y golondrino, hizo que el ejecutivo y emprendedor ministro de justicia determinará que todos y todas se fueran a vivir en el acto donde habían votado antes o donde pensaban votar en las elecciones que se venían. El alto funcionario, como en otras ocasiones, se ocupó personalmente del asunto. Contratando los servicios de microbuses, motocarros, llevollevos, calesas, carretas, motocarros y otros medios de locomoción terrestre, no demoró en trasladar a sus verdaderos lugares a los que alteraban los resultados de las urnas electorales. Hasta el fin de sus días ellos y ellas tenían que quedarse en esos sitios, sin derecho a salir a la esquina o viajar o regresar a sus casas de costumbre.
Después de recitar el célebre poema de Bécquer sobre el retorno de las oscuras golondrinas, el renovador ministro partió secretamente hacia la fronda. Un tiempo permaneció oculto en una de las mansiones expropiadas por los uniformados y, de pronto, apareció en el puerto Masusa dispuesto a conducir lanchas, motochatas, chalupas, canoas y hasta balsas. En poco más de tres meses terminó de trasladar a los charapas migrantes. El ministro se frotó las manos, respiró aliviado y se dispuso a enviar su informe al Jurado Nacional de Elecciones, diciéndoles que ya podían realizar la jornada de las ánforas de 2014 que se había suspendido por el colapso que ocasionada el voto ilegal. Meses después el arrollador funcionario tuvo que renunciar a su cargo.
Los golondrinos castigados no soportaron la sequía o veda y luego de fomentar el voto nulo o viciado se dedicaron a sentar las bases de una nueva república. Era el país golondrino que muy pronto se separó del Perú y donde abundaba la independencia. De normas, dispositivos, leyes. Allí ahora reina como cancha la votación móvil, migrante, gracias a la aparición de candidatos que de la noche a la mañana cambian de camiseta.