Las tendencias de las encuestas actuales, año 200, 002 de nuestra era cristiana, nada tienen que ver con las antiguas cifras fraguadas que inventaban ciertas empresas que vivían de la angustia ajena por ganar, por disfrutar del jugoso biberón del poder. En el presente, los sesudos y bien preparados encuestadores no pierden tiempo en pequeñeces, en buscar partidarios y simpatizantes del supuesto ganador para que los números marquen azul, ni eligen solapadamente los locales partidarios del mismo para que las cifras cuadren. Las cosas han cambiado tanto que los citados no salen de sus oficinas refrigeradas, ventiladas y barridas por el mismo alcalde de turno.
En cómoda faena laboral, con sueldos altos, los encuestadores solo hacen una pregunta clave, una interrogante crucial, que consiste en saber por cuál de los candidatos votaría si las elecciones no se realizarían nunca. Esta demás decir que los pobladores de ambos sexos acuden masivamente a dar sus respuestas. Solos, acompañados, a pie, en helicópteros personales, el más moderno medio de locomoción, llegan a depositar su opción. Entonces se arma un verdadero fandango político porque hay varios candidatos que pugnan por los primeros lugares. Las gentes de los bandos discuten a verbo encendido y grosero, rajan a la mala del otro, meten a sus mujeres o maridos en la danza, amenazan con venganzas sexuales y no quieren perder.
Todo ese escándalo unánime, ese zafarrancho colectivo, es absurdo, estéril, en realidad. Porque hace muchos siglos que no existen autoridades ni elegidas ni nombradas. Ni inventadas. Lo que quiere decir en buen romance, en estricto castellano, es que no se realizan elecciones en ninguna parte de la República Federal y Regional de Hiki- Thos, país que ahora se asienta al borde del lago Moronacocha y que fue colonizado por los porfiados chinos que no pudieron terminar el alcantarillado.