El olvido de la sequía
En pleno descanso del feriado, en medio de la Semana Santa y sus cultos y viajes, y en medio de calvarios y vía crucis representados y reales, el mandatario Ollanta Humala arribó a Iquitos. Apreciando la catástrofe de la creciente podríamos decir que nunca fue tan oportuna esa presencia debido al rostro letal que viene adquiriendo la inundación entre nosotros. Aunque eso de la cifra histórica sea dudosa, porque la historia no es retroceder algunos años atrás, la inundación ha superado a las versiones anteriores, desnudando muchas carencias en la atención de las autoridades y demostrando una vez más que nunca estamos preparados para enfrentar a ese fenómeno natural.
En ese contexto de catástrofe generalizada, de carpas por tantas partes, de desagües obstruidos o rotos, de damnificados de las aguas, no estuvo mal que el mandatario apareciera regalando esto y lo otro, alentando con optimistas discursos cerca a las alzadas aguas. Pero la creciente, así sea la más alta y más grande de todos los tiempos, es un hecho pasajero. La sequía, la otra gran calamidad del agua, es permanente. Es la desgracia que no recibe la atención debida de ningún mandatario.
Escribimos, claro está, sobre esa desgracia del agua potable, sobre el corte de servicio, el racionamiento, los cobros indebidos, los tantos abusos. Nos parece oportuno sugerir que en próxima visita el mandatario peruano se refiera a la otra cara de la medalla de nuestras aguas, la sequía potable en que vivimos desde hace décadas. ¿Cuánto nos ha perjudicado en términos económicos ese insuficiente servicio en tanto tiempo? Todavía no aparece la carpa de la sequía, el refugiado del corte de agua o de la cobranza abusiva. Pero es una figura ciudadana que está ahí, sufriendo, padeciendo, clamando, esperando el momento de salir a flote. La creciente se irá durante meses, la sequía seguirá todos los días, las horas y los minutos de nuestras vidas desdichadas al borde de tantas aguas, fuentes del líquido elemento y quebradas hasta para regalar.