Escribe:Percy Vílchez
En la médula del llamado primer mundo, en el centro del renombrado progreso, cientos de personas viven en las calles. Son como parias o desamparados que sobreviven apenas en un medio donde nadie les puede ayudar. No tienen entonces un lugar para vivir y padecen las penurias de la intemperie urbana. Las ventajas y gangas de los afortunados no han llegado hacia ellos y ellas, y deambulan de un lugar a otro esperando la atención de las autoridades. Estas están desbordados y lo único que atinan a decir es que la crisis migratoria que afecta a Nueva York y otras ciudades norteamericanas es un verdadero desastre.
El señor Eric Adams, alcalde de la ciudad arriba citada, arrojó un clamor sin precedentes: “Necesitamos ayuda”. Ni más ni menos. Es decir, dicha urbe ha agotado su capacidad de albergar a los migrantes, a los que quieren integrarse al viejo Sueño Americano. No se puede hacer nada más pese a la ley que obliga a las autoridades a dar refugio a quienes no tienen hogar. La ayuda humanitaria tiene, desde luego, un límite. Las ayudas ocasionales tienen un techo. Y más allá no hay ninguna solución.
Los beneficios del progreso entonces no son para todos y todas. Los más no pueden acceder a las ventajas de la civilización actual. Los faros del progreso, mostradas con vanidad en los medios de comunicación, son espejismos de los bienes perdidos desde un principio. La cruda y cruel realidad les dice a los ilusionados migrantes que no hay espacio para ellos y ellas, que todo fue una farsa montada en nombre de un supuesto progreso. No es fácil seguir sobreviviendo después del naufragio de los sueños. Los que ahora moran en las calles de Nueva York y otras urbes del mundo son la evidencia del fracaso de una ideología tramposa que desde hace tiempo se muerde la cola.
Los cientos de migrantes que duermen en las calles de Nueva York son entonces los desperdicios de un sueño equívoco, los estorbos de un optimismo sospechoso. El Sueño Americano, tentación que despertó tantas ilusiones, era una vanguardia de los supuestos éxitos del pujante capitalismo y no fue más que una falacia inventada por la publicidad de un pretencioso sistema que pretendía apoderarse del mundo. La ejemplar nación norteamericana no era entonces un destino viable sino la manifestación de una pesadilla