El señor Donald Trump, cansado de la palabrería de sus oponentes, de sus propias payasadas, decidió pasar a la intrépida acción. Y, siguiendo con su bronca hacia las minorías o los que menos tenían, pretendió construir un muro alrededor de la ciudad de Iquitos para evitar la migración de los campesinos. Era para él insoportable que la ciudad ecológica fuera contaminada por esos advenedizos que aumentaban cada cierto tiempo para incrementar las invasiones de terrenos. En el proyecto original dicha obra medía 50 metros de altura, era una mezcla de ladrillo y piedra e iba a contar con un sistema de cables eléctricos como protección final para evitar que los migrantes escalaran el muro.
Desde el inicio de la obra el señor Trump, que había contratado los servicios de don Euler Hernández para que tapara los eventuales agujeros del muro, metió su cuchara y como no sabía nada de esa ciudad metió la trompa y las patas. La primera piedra el muro estaba ubicado en la zona baja de Belén y pese a los esfuerzos de los que conocían el inestable suelo selvático, el señor Trump insistió que la obra tenía que atravesar ese río para dar la vuelta y comenzar a cerrar por completo la ciudad. Pero a la hora de la construcción, por diversas razones, el muro no pudo superar dicho río. Y se hundió sin remedio en medio de los gritos y lamentos de los que trabajaban allí.
El señor Trump gastó casi toda su fortuna en tratar de sacar el muro de dentro del río Itaya. En ese esfuerzo perdió tantas cosas, hasta las ganas de candidatear a la presidencia de los Estados Unidos. Hoy es común ver al señor Trump recorrer la orilla izquierda del río Itaya. Esta irreconocible pues anda sucio, desgreñado y perdido en lamentaciones por el muro perdido.