ESCRIBE: Percy Vílchez Vela
* “Es, por otra parte, un absurdo que la editora Tierra Nueva no haya hecho actualizar la selección de obras al autor de ese trabajo obsoleto, pasatista, que dice poco a los contemporáneos”.
Es muy posible que el Nobel Mario Vargas Llosa, antes de decir que ha leído la peor literatura del mundo, refiriéndose a lo que por entonces habían publicado los escribas selváticos, leyó la antología del señor Roger Rumrrill, titulada Narradores de la selva, que editora Tierra Nueva acaba de incorporar a su catálogo de ediciones.
Todo el libro, desde el prólogo hasta el epílogo, es una visión colonial, cauchera, torcidas ideologías que siguen imperando hasta nuestros días. Decir que la literatura amazónica, como hace alegremente el antologador, comenzaba con la crónica de Gaspar de Carvajal era y es una aberración absoluta, una mentira total, pues en 1550 el cacique de Chachapoyas, Juan Alvarado, publicó su brillante crónica escrita. Y esa obra maestra la incorporó a uno de sus libros el historiador Jimenez de la Espada. Es decir, ese aporte u origen narrativo estaba allí, a la vista de todos. Lo que sucedió es que el citado antologador no frecuentaba libros esenciales y repetía lo que, desde una visión colonial, decían los otros como papagayos.
Es, por otra parte, un absurdo que la editora no haya hecho actualizar la selección de obras al autor de ese trabajo obsoleto, pasatista, que dice poco a los contemporáneos. En el presente, estamos en otra época y nos es ridículo que un autor como Francisco Izquierdo Ríos, en el cuento Gavicho, haga un homenaje póstumo y sentido al viaje de Francisco de Orellana. Nosotros, los amazónicos que no solo descendemos de los españoles sino también de los oriundos, nos interesamos más en los hechos, las gestas y las jornadas de los indígenas selváticos, siguiendo la ruta frecuentada por el docente e historiador José Barletti.
Hay gente que cree que El collar del curaca es un buen cuento. Es posible. Para nosotros es una de las cumbres de la visión colonial y cauchera. Todo el cuento es una efusión de indios violentos, vengativos, aptos para empuñar las armas, algo que existe desde luego, pero que no es lo esencial en la impresionante y milenaria cultura indígena. El reaccionario, españolizado y andinizado Arturo D. Hernández, en El animal sobre sus patas traseras sustenta la peregrina idea de una armonía en la relación entre hombres y animales en el boscaje. Ese paisaje idílico querían pintar también los caucheros para ocultar los horrores, los crímenes.
El único que escapa de la visión colonial y cauchera es el poeta y narrador Germán Lequerica. Su cuento El monstruo no es el mejor de su obra de ese momento, pero es una contundente oposición a la explotación del hombre por el hombre. De todas maneras expresa la violencia tan presente en nuestra historia. Por otra parte, el antologador no eligió lo más logrado de algunos autores. De Jaime Vásquez Izquierdo, por ejemplo, que tiene un buen cuento llamado El doctor Cáceres.
En resolución, la exigua antología del bubinzano es un manual de la visión cauchera que tenían los literatos montañeros de ese tiempo. Desde luego, toda antología es un momento, un instante, de todo proceso creativo. Y ese manual puede servir ahora a los estudiosos y, por supuesto, puede ser leído por los estudiantes de ambos sexos.