En las lejanas estribaciones amazónicas y andinas se refugió el último rebelde de la patria peruana. Era el más esforzado defensor del colectivo conocido como Asociación de Miembros de Mesa. El gremio sin fines de lucro ni lujo o detalles que pretende velar por los derechos elementales de sus miles de sufridos miembros que cada cierto tiempo son explotados por la patronal y obligados a perder un día, generalmente el de descanso, en atender a los insoportables votantes. En aquel 2014 los lugares de votación, las cámaras supuestamente secretas, quedaron vacías, desoladas, ausentes. Ningún miembro de mesa, ni titular ni suplente, acudió a esperar a los calmosos electores. Horas antes el líder natural de los sufridos militantes del citado gremio se había reunido en secreto con el ministro del dinero y la butifarra.
La negociación encontró su techo cuando el alto funcionario ofreció, como paga por soportar a los inmaduros electores, un sol contante y sonante por cada centro de votación para ser cancelados en 4 armadas. De hecho la oferta pareció un insulto al citado líder que insistía en una radical postura. Es decir, en una cobranza universal y retroactiva para recompensar a tantos anónimos y esforzados miembros que nunca recibieron ni un grano de sal. No hubo acuerdo y el líder ordenó la huelga de sed y de hambre y, en una actitud suicida, tomó de rehén el señor Cipriani, el cura que se las traía.
El gobierno del comandante en retirada o retirándose no quiso dialogar y ordenó la captura del cabecilla de los miembros de mesa. Este huyó hacia la frontera andina y selvática y su rastro se ha perdido. Los demás miembros de ese colectivo exigen que ese insultante sol se incremente hasta alcanzar el nivel de la pensión 65. Los voceros del gobierno insisten en que es demasiado ese sol de oro y en cuatro armadas.