La prestigiosa fundación Reputacion Institute, esa que sostuvo que el confuso, caótico y camorrista Perú ocupaba el segundo lugar en valoración en América Latina, fue contratado por una empresa local que no tiene fines de lucro pero lucra, para que midiera el estado de la convulsa, peleadora, insultante, turbulenta, majadera, pero hospitalaria urbe de Iquitos. Los expertos en ese tipo de mediciones se emocionaron con la noticia pues iban a contemplar el Amazonas, iban a chupar en el trópico, iban a realizar expediciones al bosque. Pero la promesa del viaje a la isla fue un bochorno como una artillería por la culata.
Desde la Lima colonial y sus rejas el vuelo duró 20 horas. No tanto por el alterado clima, las turbulencias repentinas, sino porque la empresa del aire hizo infinitas escalas, en Pucallpa, Tocache, Tarapoto, Uchiza, Manaos, el Callao y otros destinos. Luego, en el mismo aeropuerto iquitense, unos motocarristas bastante serviciales, se zamparon los equipos de medición, las computadoras, las cámaras fotográficas, los celulares y el dinero de los viáticos. Con las manos vacías y los bolsillos en blanco, los expertos quisieron contemplar cómodamente sentados el paso del Amazonas.
Pero unos aprovechadores guías locales les quisieron cobrar los ojos de sus rostros para llevarles en lancha hasta el gran río que desde hacía mucho tiempo no bordeaba la orilla izquierda de la sublime ciudad. Cuando, después de meses los forasteros recibieron sus equipos, no pudieron realizar sus encuestas, pues a cada rato se hundían en los huecos, forados, agujeros, subterráneos, de las horrendas calles, hasta de las recién inauguradas. Después que eran rescatados con grúas por trabajadores ediles, no podían caminar mucho porque, de repente y sin aviso, se extraviaban en los infinitos basurales que todavía quedaban en la ciudad. La alarma mundial prendió cuando uno de ellos se perdió en un recodo del alcantarillado.