La vieja costumbre del papagayo, ese facilismo que consiste en imitar a la bruta las decisiones ajenas, ha jugado una mala pasada al Perú. La medida japonesa de incentivar el engendramiento de más orientales porque faltaban brazos, hizo que el gobierno de ese tiempo emitiera un decreto donde se premiaba el incremento poblacional. La justificación era que en el vasto país escaseaba gente. Escaseaban policías para proteger a los ciudadanos, faltaban médicos para atender a tanto enfermo, no eran tantos los peloteros de calidad, no había suficientes técnicos, tecnócratas y tecnologías y otras carencias por el estilo. Así que se creó la Pensión Cero que era un billete para los que iban a aumentar el número de habitantes.
El primer año la demografía nacional se incrementó tanto que las cifras no alcanzaban para medir el rendimiento en campo tan fértil, pues era sabido que la mayoría de peruanos creía, sin ninguna duda, que donde ponía el tiro disparaba la bala. Pero, como tantas otras veces, las denuncias por corrupción estallaron por todas partes. Los embarazos y los partos eran engañosos, según se decía, por más que los entusiastas progenitores mostraban documentos a granel, como partidas de nacimientos, documentos de identidad de los infantes, pruebas de ADN. Pero lo que complicó el plan de suma de incaicos fue la aparición de un bravo contingente de muy productivos individuos.
En los círculos de investigación de la antigua Bolivia, país que se tuvo que anexar a la fuerza al territorio nacional para albergar a tanta gente, se discute la manera de acabar con los ciudadanos aptos solo en engendrar quintillizos. ¿Qué misterio esconden en sus genes semejantes seres que en cada embarazo fecundan 5 calatos? En estos tiempos convulsos el muy poblado Perú requiere de más territorio. Y se habló de recuperar el vasto imperio incaico. Ello hizo que los gobernantes de Argentina, Chile, Ecuador pusieran el grito en el cielo.