El candidato Alan García Pérez, de un momento a otro,  dejó de lado sus impecables discursos, sus propuestas de campaña, sus bailes desenfrenados, sus bebidas al paso y sus comidas al por mayor. Lo único que hacía en sus caminatas, sus conferencias y sus mítines era abrirse paso a empujones. Al parecer no soportaba la cercanía de nadie y apartaba con las manos y los pies a toda aquella persona que se interponía en su camino. Era como si quisiera llegar más rápido, acortar distancia o llegar antes de la hora a su destino. De acuerdo a ciertos analistas, el aludido cambió su conducta electoral debido a que no subía en las encuestas.

Desde hacía meses ocupaba uno de los lugares más bajos de la tabla y, pese a sus tantos intentos por revertir la situación no conquistaba la preferencia del electorado. Era como si hubiera perdido sus reflejos de antes que le llevaron a conquistar dos veces la presidencia de la república del Perú. Seguía en la cola y ya se acercaba el día central de las elecciones. Algo inédito tenía que hacer para revertir la situación y lo único que le ocurrió fue emplear los empujones como táctica electoral.  Era común y corriente entonces verle solitario mientras trataba de conquistar votos. Esa soledad abrumadora y le permitía no sentir a nadie cerca como si ello le bastara para considerarse en primer lugar.

El día de la votación, Alan García se abrió paso a empujones hasta llegar a su mesa de sufragio, apartó a empellones a los miembros de mesa y se fue a votar en la cámara secreta. Luego salió dando codazos a los demás y se perdió en las calles de Lima.  Después de conocer el resultado, Alan García la emprendió a empujones contra los mismos miembros de su partido en una reunión que tuvieron para analizar la derrota. Hasta ahora el ex presidente no deja de emplear el recurso de los empujones como si siguiera en campaña.