En los anales históricos de la ciudad de Iquitos quedará para siempre el día  en que hubo un golpe militar que destronó al alcalde Francisco Sanjurjo y puso como su relevo a un sargento bobo que no sabía ni atar ni desatar. Cuentan los historiadores de entonces y de todavía que todo comenzó cuando los uniformados del fuerte sargento Fernando Lores empezaron a arrojar los desperdicios a cualquier hora del día. De esa manera formaron cerros y montones de basura que se acumulaba a lo largo y ancho de las calles que iban hacia el aeropuerto. Era evidente que los militares estaban mal, que incumplían las normas de los desperdicios y que no respetaban la hora del paso de los carros recogedores de porquerías. Debido a ello el alcalde de Maynas, _Francisco Sanjurjo entró en escena ordenando que pusieran la basura en las narices de los uniformados.

            El mismo burgomaestre en persona, con su overol de baja policía, su pala y su rastrillo, se ubicó en primera línea y no vaciló un instante en devolver la basura a los militares. Estos se asombraron del atrevimiento de un civil, protestaron ante el comando conjunto o adjunto, amenazaron con tomar represalias, y uno de ellos dijo que era la hora de la venganza. Así fue como comenzaron los movimientos sospechosos que acabarían con la gestión del alcalde de Maynas. En vez de corregir sus errores los uniformados siguieron en lo mismo. Es decir, arrojaban la basura a cualquier hora y en cualquier lugar. Fue por eso que el alcalde volvió a devolverles los desperdicios. Entonces, en la mañana pajarina y calurosa, un tanque emergió de la basura acumulada, se desplazó hasta la sede del municipio de Maynas, ingresó hasta la oficina del alcalde, mientras aparecían hombres armados y vestidos de comando. 

            Era la hora del golpe militar, asonada que hizo que los militares apresaran a Francisco Sanjurjo y lo deportaran a Panamá. Su puesto fue tomado por un sargento bobo que aceptó el triste destino de  alcalde de la provincia y nada pudo hacer para  cambiar la costumbre de los uniformados. Estos,  mientras realizaban funciones de gobierno consistorial, nunca dejaron de botar la basura a cualquier hora y en cualquier lugar.