Los marihuanales de todo tamaño,  espesor y virulencia alucinógena,  cubrían la siempre hermosa ciudad de Iquitos. Entonces,  entre tanto verdor entre el cemento,  no había ni un solo milímetro para los chinos abusivos que todavía no acababan con el alcantarillado. Tampoco aparecían los montones de basura en cualquier parte,  después de que el volumétrico  Brunner abandonó  el servicio recogedor y se fue de farra.  En ese entonces era vísperas de otro mundial de la de cuero, esta vez en la República Federativa de Yurimaguas, y el pobre Perú eterno no había clasificado ni para el repechaje,  debido fundamentalmente a que su entrenador Juan Vargas echaba humo por todas partes como si fuera una inspirada chimenea.

Toda la ciudad lucía el intenso color verde y la vida parecía uno de los tantos feriados largos. Las cosas cambiaron tanto desde que se imitó a los charrúas en la liberación de la hierba. El que menos se dedicaba a fumar la mejor marimba debido a que la siembra, la compra,  el consumo y hasta el abuso,  no estaban penados ni regulados por ley. Los consumidores, entre los que estaba el antiguo presidente del  Uruguay, eran felicitados por el gobierno local y regional y nacional. Todo era festejo entre los fumadores de la droga liberada. Los últimos lugares, por ejemplo, no eran motivo de tristeza o rabia para nadie. Eran sumas de risas escandalosas, de bromas subidas de tono sobre libros y bibliotecas y ruidosas  fiestas del pitillo hasta el amanecer.

El certamen de fumadores de marihuana relevó  a la derrota pelotera y ya se preparaban  los más grandes aspiradores y expiradores para  demostrar que no tenían rivales en ese importante rubro,  cuando arribó a Iquitos un tipo de macoña que hizo imposible hasta el ejercicio del vicio. Era la marihuana sintética o artificial, cuyos efectos delirantes eran un millón de veces más letales para la cordura que la marimba amazónica.

 

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