En la muy abrigada ciudad de Lima, en la calle Brasil y sus arterias confluentes y adyacentes, amanecieron singulares cerros de desperdicios luego de la parada militar, del desfile civil y uniformado y del festejo emancipador del poder castellano. Era tanta la basura acumulada que el servicio habitual de recojo no pudo limpiar esa zona de la capital de la perulería. La alcaldía limeñense tuvo que contratar de emergencia a tricicleros, carretilleros y caleseros para que ayudaran a recoger esas sobras impresionantes. Pero nada. La emergencia hizo que se hiciera una licitación fulminante que fue ganado por el ingeniero Brunner.

El mayor argumento del citado para ganar el concurso era la manera como trabajaba en la hermosa ciudad oriental. En su propuesta decía que en el término de la distancia iba a proponer nombrar a esa urbe como Limpia Concepción de Iquitos, para lo cual contaba con los conocimientos históricos de un tal Repetto. Así que el empresario recogedor comenzó con su faena en Lima, sin cantar esa melodía que decía yo abandoné mi casa para ver la capital. Andaba manos a la obra cuando comenzaron los inconvenientes. Las denuncias aparecieron debido a que los pitos de sus unidades eran demasiado estridentes, que las horas de recojo eran inadecuadas y ocurrían cuando todo el mundo dormía y, lo que era peor, que cuanto más recogía más desperdicios aparecían en la citada calle Brasil y en las arterias contiguas.

Las enormes carretas de madera, provistas de enormes ruedas y jaladas por tenaces y bastante tercas mulas, no fueron las claves del pasado para el éxito del ingeniero limpiador.  Porque debido a extraños baches o subidas en las calles capitalinas o a la falta de destreza de los conductores, esos vehículos antiguos se volteaban antes de llegar al relleno sanitario ubicado a unos pasos de la plaza de Armas.