El reforzado muro perimétrico de 20 metros de alto circunda ahora el célebre botadero de basura del ingeniero Brunner. Ese lugar, ubicado en el kilómetro 30 de la carretera hacia Nauta, fue así clausurado por el gobierno central. La medida radical no fue tomada debido a que el empresario quería cobrar abusivamente para permitir que otros camiones lleven a botar sus desperdicios, sino porque ese sitio era un factor peligroso para los lugares cercanos. Es que era un caos de cosas arrojadas a la mala y asediado por lúgubres gallinazos.
No era un verdadero relleno sanitario y, de pronto, Iquitos se quedó a la deriva, en el aire, sin un lugar para los desperdicios acumulados de cada día. El plan de contingencia se puso de inmediato en marcha gracias a una ordenanza edil que decía que las personas no debían desprenderse de la basura que generaban diariamente. Es decir, esos ciudadanos tenían que olvidarse de las veredas, esquinas y otros lugares despejados y hacerse cargo personalmente de la limpieza. Una fuerte multa sancionaba a los que incurrían en los graves errores del pasado reciente. Fue así como aparecieron personas que cargaban bolsas y costales donde estaban sus propios desperdicios. Esas bolsas y costales eran llenados hasta el tope y sellados para suprimir los malos olores. Cada cual a su manera se hizo cargo de su propia producción e iba a todas partes cargando con sus desperdicios asegurados.
El espectáculo de gentes que iban y venían con sus bolsas y costales repletos se volvió intenso en la ciudad. Era un desfile denso, compacto, a través de las calles y nadie estorbaba a nadie porque todos se habían puesto de acuerdo para no auspiciar pleitos y disturbios. Durante meses la basura recogida y no abandonada en ninguna parte, la basura controlada por los usuarios, permitió prescindir de cualquier botadero, de algún relleno sanitario.