El falso hallazgo

En medio del escándalo de los Bora, una increíble noticia apareció como un fantasma malsano. En la portada de un diario local, a todo espacio y a todo color, salió el contrabando de un supuesto descubrimiento de reliquias  olvidadas o perdidas en la floresta.  El señor Aristóteles Álvarez, muy recordado juez de antes, actual  presidente en funciones del Jurado Electoral Especial y absolutamente desconocido en el mundo de los exploraciones y las búsquedas de riquezas antiguas y ocultas,  anunció el hallazgo en San Joaquín de Omaguas de un crucifijo,  una campana  de bronce, una escultura sagrada y otros objetos de feliz recordación. Una mentira más grande que la última catedral de la vuelta de la esquina.

En realidad, cualquiera que conozca ese pueblo aunque  sea de paso,  ha visto esos objetos desde hace tiempo. En un ambiente pequeño, no en una capilla, están acomodados dichas piezas a la vista y paciencia de todos y todas. Es imposible entonces que sean descubiertos por alguien. Menos por un juez o funcionario que ni siquiera  tiene una varita mágica para detectar tesoros o seguir rastros de peroles enterrados y libras esterlinas escondidas en cuevas tenebrosas.

Esos bienes son patrimonio intangible de ese pueblo que tiene una larga e impresionante historia vinculada a la vida misional.  No puede haber ningún descubrimiento de lo que está a la vista y oídos de toda una comunidad de hombres y mujeres. El señor Aristóteles Álvarez,   que sepamos,  no es trochero o huaquero o buscador de bienes  ocultos. Es un funcionario público que tiene hora de entrada y de salida de su centro de trabajo. Salvo que se vuelva otra cosa los domingos y feriados. Pero debería tener más cuidado  a lo hora de meterse en terreno ajeno, de auspiciar falacias. ¿Qué entidad financió la búsqueda de esos tesoros que todo el mundo conoce? ¿La Universidad de Yale? ¿O la antigua Upi? ¿O el Museo de la Culata?