El exterminio a almohadazos

En el afán de copar de un extremo a otro los 365 días del año con feriados cortos o largos, rojos en el calendario además de los domingos y las fiestas de guardar, hay un día que parece el fondo de los colmos. Se trata del increíble Día de la Lucha de las Almohadas. No se trata de un homenaje con discursos y otras alabanzas a esa minúscula pieza del catre o del mueble. Es algo peor. Es una guerra no convencional a furibundos almohadazos a discreción como en un juego peligroso de dibujos animados. Todo en aras de mejorar la labor hepática, arrojar la tensión en el trabajo si es que no se está desocupado y de liberar la pesadilla estresante.

La agresión con las pobres almohadas fue inventada en el 2008 por algún ocioso que vio la manera de interrumpir las labores diarias. El pasado lunes, siempre un día de miércoles porque está  demasiado pegado al domingo, se celebró en algunos lugares de la tierra. En Taiwán, por ejemplo. Es una fortuna que en esta ciudad, otro ocioso no lo haya pirateado e implantado como una moda que viene de afuera. Porque acá la almohada, tan servil y vinculada al descanso, no sería un instrumento de liberación de las tensiones laborales. Sería un arma mortal. Nadie de Iquitos se contentaría con la supuesta liberación de agredir con su almohada propia o prestada al otro.

Es seguro que aprovecharía el momento almohadista para descargar toda su furia casi siempre acumulada, guardada; toda su fiereza en hervores por la desgracia de vivir en un lugar con tantas calamidades. Citaremos solo el caso de la basura diaria, cotidiana, invencible como una herencia biológica. Desde que uno amanece, desde que va a comprar el pan, hasta que se acuesta y mientras sueña la basura le acompaña. Nadie puede humanamente vivir en esas condiciones por más que disimule. La posibilidad de agredir con las almohadas descargaría toda esa frustración macerada y nada podría detenerle hasta el exterminio del otro.