El espíritu regalón
El espíritu regalón, el ímpetu benefactor, que en Navidad hace su ancho agosto, con plata ajena; que en política es pan comido con despilfarro de por medio, también se vuelca al campo educativo. En estos días previos al inicio de clases, en algunos lugares, surgen de cualquier parte las buenas gentes, las dadivosas personas, los ciudadanos compasivos que regalan esto y lo otro. A los más pobres, a los más excluidos, a los que no tienen nada, ni poeta para las penas, se le dona algo, se les regala un cuaderno, un libro, generalmente malo. Aunque no conocemos a ninguna sociedad que haya logrado adelantos con el sistema regalador, bodeguero, elemental, no nos oponemos a esa muestra de humana solidaridad, a ese pensar en el otro que es la mejor manera de ser individuos de verdad.
El inconveniente aparece cuando se conoce que los pobres de aquí y de acullá no son limosneros, ni se consideran mendigos, salvo uno que otro, sino seres que no han tenido su oportunidad. La ocasión que los pobres esperan en el terrible tema educativo pasa lejos del espíritu regalón, que hasta podría ser un dejar las cosas como están. En todo caso, el regalo de un cuaderno, un lápiz, una lonchera, sería solo una parte de todo un programa educativo para los marginados. Y ese programa no existe en ninguna parte, salvo que ande escondido en alguna gaveta oficial.
Para ayudar a entender al lector o lectora de qué se trata, le diremos que el gobierno de Finlandia, a los padres del recién nacido, del futuro ciudadano, del ser del porvenir, le regala un paquete o kid de lectura de primer nivel. Es un regalo, desde luego, pero integral y perfectamente preparado por expertos y especialistas. La diferencia con el afán regalador, eventual, aislado y sin ninguna ambición mayor de estos lares, es un abismo.