El disco rayado del congreso
El disco rayado, o la pobreza de repetir el mismo manual, la desgracia de volver a semejante error, es la marca de este país que parece carecer de memoria elemental. Al decir del extinto Luis Alberto Sánchez. El actual Congreso se suscribe a esa frase letal del afamado polígrafo, se matricula a esa sentencia sin mayores desgarros o malestares de conciencia. El viejo disco de los otorongos voraces ha vuelto a girar en la rocola de las desgracias políticas. Y los escaños del presente se olvidaron de la inclusión, palabreja que está ya manoseada en estos tiempos, y acordaron cobrar un dineral con el cuento de la instalación.
El burlón Ricardo Palma, un hombre que nunca tuvo su billete a tiempo cuando escribía sus jugosas y suculentas tradiciones, salvo cuando fue parlamentario loretano, decía que por la plata bailaba el perro y el gato servía de guitarrero. La alianza zoológica y musical se ha cumplido como una repetición que para los congresales no es una ofensa. Enemigos ideológicos, adversarios jurados, se unieron en la marcha hacia la cobranza. Se incluyeron en el festín de una plata que bien pudo quedarse en las arcas de los escaños para invertir en algo mejor. En una buena ayuda para la ajedrecista que fue condecorada, por ejemplo.
El perro congresal y el gato guitarrero de los curules hicieron más de lo mismo. Por el dinero se olvidaron de la pésima fama del Congreso y se fajaron sin distinción de credo, raza o sueldo mensual. Así desfilaron por cajatambo su irritable e irritante presidente, los representantes de tantos colores e intereses, las histéricas y nostálgicas defensoras del presidiario ingeniero y otros olímpicos desconocidos. Si así comienzan los felinos de los curules, cómo acabarán de aquí al término de sus jugosas gollerías.