El día de las madres prematuras
En el flanco comercial de la vida, cae también la madre. La tuya y la mía. Sublime o abnegada, única y heroica, sagrada e irremplazable, ella es denigrada por la obligada compra y venta, el forzado regalo, el impuesto festejo. El supuesto amor a ese ser entrañable se mide por el termómetro consumista del artefacto de moda. Nada más falso ni más ridículo. La madre, la tuya y la mía, está por encima de esa obsesión pesetera o centavera de la existencia. Más allá de cualquier contingencia dominada por el mercachifle o el cachupín. Ella, sola o acompañada, rica o pobre, con o sin título, es en esencia la vida misma como sucesión y apostolado. Los demás somos simples hijos o hijas. Es decir, otra historia en el tramado de la descendencia.
En esta ocasión, como no puede ser de otra manera, nos sumamos a ese homenaje. Pero en medio de tanto gasto, de tanto brindis, de tanto amor con botellas, no podemos olvidar que madre hay más de una. Nos referimos a aquellas progenitoras prematuras o madres adolescentes que entre nosotros, donde todo es madre, son más del treinta por ciento. Una cifra espeluznante. Es bacán divertirse, y si es gratis mejor, pero es más interesante pensar en los demás. En las otras en este caso. En esas criaturas que de todas maneras, de anchas o mangas, son el resultado de la sociedad edificada por generaciones de adultos.
En el afán de celebrar todo, más los feriados de siempre, los largos feriados de ahora, habría entonces que inventar un día especial para ellas. Una celebración de polendas, ruidosa y regalona, para esas niñas o adolescentes que son madres. Aquí y ahora. Ellas, las últimas madres, tienen también derecho a tener su día central. ¿O hay que esconderlas cada segundo domingo de mayo de todos los años?