El señor Esteban Cacha, antiguo candidato a la alcaldía del Santa, vaga en estos días de un rumbo a otro por los frondosos senderos de la maraña continental. En su incesante trajinar parece que le faltaran varios tornillos y bisagras, ya que no busca un lugar para vivir, come lo que le regalan las almas caritativas, duerme donde la agarra el sueño y no piensa detenerse nunca. Porque es un desterrado de las ánforas electorales.

Para no pagar la fuerte multa de 76 mil soles, suma que le puso el Jurando Nacional de Elecciones por usar su apellido con fines eróticos, seminales o reproductores, se marchó de su lugar como un vivo más. Luego adoptó otro nombre, se hizo la cirugía estética, se borró con lija casera sus huellas digitales, alteró el número de sus zapatos y postuló a la alcaldía del distrito de Fernando Lores. El jurado electoral, que ya conocía de sus mutaciones y andanzas, le metió otra fuerte multa. En su afán de seguir en lo mismo se llamaba en ese entonces Pedro Cachó. Y con el pueblo. Para no pagar tanto dinero volvió a metamorfosearse, cambiando inclusive el color de sus ojos y apareció en una perdida aldea venezolana, identificándose solamente con el nombre de un vegetal que los lugareños llamaban capinurí debido a una rara semejanza con la virilidad masculina. El jurado electoral le cayó encima nuevamente, pues tenía un convenio con el gobierno de Nicolás Maduro.

En su intento de no cancelar tantas multas acumuladas, el ciudadano se cambió de nacionalidad, de sexo, y quiso candidatear a la alcaldía de Maynas usando el nombre de Juan y el apellido de Hurtado. El jurado le recordó que así incentivaba al robo y le prohibió que usara cualquier otro nombre y algún otro apellido. Fue así como el candidato, que pretendió sexualizar las urnas, comenzó con su destierro.