El daño de los libros malos 

El forzudo Sansón fue el único mortal que escondía su potencia entre sus cabellos. Peluqueado o calvo no servía ni para taco de fusil o escopeta, como lo demostraron las letales tijeras de Dalila. Es probable que los estudiantes de estos lares no tengan ni piojos entre sus melenas. No entendemos entonces eso de montar una peluquería en la Plaza 28 de Julio, iniciativa oficial educativa, poco antes del inicio del año lectivo de este 2012, así se dice en la jerga del sector. El sujeto melenudo o con los cabellos al coco nada tiene que ver con las complicadas ecuaciones que miden el progreso, sin embargo.

Ignoramos, por parte, si en algún lugar un pueblo del pasado mejoró algo  gracias a peluquerías gratuitas. Creemos que no porque entonces existirían tratados voluminosos sobre las ventajas de vivir con los cabellos cortos, las patillas cortadas, sin bigote y sin barba. En realidad, antes de que las bandadas de palomas vuelvan la vergel, como dice o decía una vieja canción, se debería obsequiar un buen libro a los alumnos, las alumnas. No faltaba más. O menos. El libro se ha vuelto personaje central en nuestro tiempo. Más  que nunca, la lectura se ha vuelto fundamental en cualquier parte. Hasta acá, por más que ocupemos el  último lugar en comprensión de texto.

El avestruz nunca entierra el pico en el suelo, sostuvo un investigador luego de años de observación. Pero nos parece que eso hace el oficialismo educativo, enterrar la cabeza haciendo cualquier cosa sin importancia, al no tomar al toro de la lectura por las astas. La situación en ese rubro es  tan decadente que los libros malos y los mediocres autores siguen reinando en los centros educativos. La mafia menor de textos, una de las razones de la desgracia de ese insoportable  último lugar, sigue reinando sin que nadie haga nada como si no le interesara el futuro de los estudiantes.