En una modesta vivienda, ubicada en los arrabales últimos de la ciudad de Iquitos, vive un hombre que se dedica a vender trago corto. Adulterado,  dicen unos vecinos que no le tienen confianza ya que no se da con ellos. Ni siquiera les responde el saludo y mucho menos acepta entablar conversación. Es un ser solitario, aislado, que muestra una desconfianza a todo el mundo, hasta a sus clientes borrachines que llenan día y noche su negocio espirituoso. El hombre llegó a vivir a ese lugar en julio del 2015 luego del escándalo mundial que significó la fuga, por un túnel avisado,  del escurridizo Joaquín “Chapo” Guzmán, conocido narcotraficante y obsesivo constructor de túneles.

Pese a que algunos dicen que el morador de los arrabales locales es el  fugitivo Guzmán, este columnista considera que es un error pues el forastero que vende trago corto es más alto que el mexicano, luce una pronunciada calvicie y habla como chileno. Además, cree que con todo el dinero que ha acumulado a través de su vida delictiva, podría dejar de vender licor barato y poner de inmediato un mejor negocio, una red de venta de combustible, una línea aérea, una flota de barcos, etc.

Lo que sorprende de ese personaje es que gusta construir túneles en cualquier parte y a cualquier hora. En Iquitos ha encontrado su garbanzal pues no necesita de muchos implementos para comenzar a cavar en el suelo. Aprovecha los huecos, forados, grietas, baches, desniveles y cualquier otra deficiencia de las pistas iquiteñas, para abrir un camino subterráneo que nadie sabe hasta dónde llega o dónde desemboca. Las malas lenguas dicen que el supuesto “Chapo” sigue exportando droga por esos túneles que hace a cada rato ya que se supone  que ha construido una red que le conecta ventajosamente con varios suculentos mercados internacionales.