EL CONJURO DE LAS BRUJAS
En la celebración del día de las hadas malas, de las narigudas y escoberas brujas, una detestable congresista se mudó la máscara, el antifaz, la careta, para erigirse como coordinadora de la comisión de Derechos Humanos del hemiciclo nacional. La nominación es un escándalo y no parece dictada por el uso de la razón, la simple inteligencia, sino por la maldad de las hechiceras de todo el mundo tenebroso. Porque la rabona, obtusa y sectaria Martha Chávez, desde que apareció en la política peruana, ha militado en la orilla opuesta, en la otra margen, del rubro mencionado. Es decir, ha suscrito las distintas violaciones a esos derechos, perpetrados por el corrupto régimen del baile del chino y su mellizo de los bajos fondos.
En forma fanática, alevosa y descarada, la señora Chávez, además, suscribió todas las trastadas y picardías legales que hizo el ingeniero para perpetrarse en el poder. Ensalzó, sin ruborizarse, las matrerías del impresionante Montesinos. Cuando salió el famoso video, donde un tal Beto Kuori era sobornado con verdes billetes, ella solicitó un peritaje porque le parecía que se trataba de un hábil montaje. Así vivió durante años, defendiendo la barbarie, alabando a hampones, mintiendo y manipulando las cosas. Nada de lo que hizo o deshizo esa parlamentaria le puede vincular con la defensa de los derechos fundamentales de la persona humana. Nunca estuvo, ni está, en su torcida agenda esa cojudez, palabra inolvidable con que el vetusto y reaccionario Cipriani calificó a los Derechos Humanos.
La huachafa fiesta de las hechiceras pasó de largo en el vasto y variado feriado nacional. Pero Martha Chávez se quedó con su disfraz y su careta de bruja de los miasmas, de hada de las pocilgas, para hacer algo que no puede hacer. Los escaños de este país no pueden descender a ese nivel de burla de las víctimas de las barbaries recientes. Es posible entonces que todo se deba al oscuro poder de las brujas de los arrabales, a la manipulación de las hechiceras de las cloacas, que han logrado, mediante conjuros luciferinos, soplos con tabaco negro y baños con porquerías, que una mujer de marras, una matrona blindada del atroz fujimorismo, se desempeñe como algo que nunca ha sido ni podrá ser.