El circo de las anforas
El simiesco Hugo Chávez acaba de vestirse de estridente rapero, demostrando que en el país más bebedor del continente la estupidez es igual que en el Perú del pisco, la cerveza y el chuchurrín. En estos descampados boscosos, bosquesistas, bochornosos, el líder de la tontería electoral era don Leopoldo Charpentier. En sus felpudinescos mitines imitaba el canto de los pájaros y silbaba como tunchi en precipitada huida. Nunca ganó ni una triste regiduría. En estos tiempos, de gallardos candidatos de tapa y olla, de tapada y de migraciones bárbaras, la cosa recién comienza. El más notorio es el que agita las alas y canta como gallo corralero y sin ni una triste gallina para satisfacer sus plumíferos instintos.
El doctor Alan García acuñó una frase letal: la vida es un carnaval, e inventó un horrendo baile del teteo y se llevó el trono de la presidencia del Perú. El señor Charles Zevallos contribuyó al circo al besar a féminas y hasta ahora sigue en la alcaldía de Maynas. El regidor Igoraldo Paredes requirió de 300 mil soles para fabricar un carnaval, y también besó en público a un conocido travesti. El espectáculo banal como doctrina, antes que las ideas, las propuestas, los idealismos. Es decir, la clase política, de aquí y de allá, no tiene remedio. Para ganar votos, para conquistar el pequeño o mediano poder, puede hasta vender su alma al diablo de la vanidad, el protagonismo.
El circo de las ánforas, con el perdón de los cirqueros de raza y los animales que allí trabajan, ya está en marcha. El último de esa larga serie acaba de aparecer. Se trata del llamado llanero, el señor Fernando Valencia. Con prosa, con pana, cabalga en un caballo como si las elecciones fueran una hípica, una equitación o una emisión de relinchos. ¿Qué hicimos, Señor de los cielos, para merecer semejante castigo?