En las calles del distrito de San Juan es frecuente encontrar un hombre que, vestido con ropas de futbolista y cargando una pelota de reglamento, trajina día y noche. En ocasiones se detiene para jugar un pequeño y ocasional partido con niños y adolescentes que encuentra en su andar. Es notorio que se deja ganar pues quiere con toda su alma que los más jóvenes de los pobladores elijan el deporte como alternativa de sus vidas para no caer en vicios o en episodios de delincuencia.
En sus andanzas futboleras el hombre suele visitar algunas escuelas y colegios y se enfrasca en disputados partidos donde el seguro perdedor es él de todas maneras. A veces procede a realizar competencias de dominio de balón y al final premia a los ganadores con jugosas y tentadoras golosinas. Luego se despide y continúa con su peregrinaje siempre vestido como futbolista y cargando su pelota. Es sorprendente su estado físico, pues parece no detenerse para alimentarse ni para hacer la reparadora siesta. Tampoco parece disfrutar de las horas de sosegado sueño. Es como si la pasión pelotera le dominara por los cuatro costados y en todo su tamaño.
Los fines de semana, vestido como pelotero y con su balón de siempre, el hombre visita los estadios e insiste en jugar una pichanguita con los peloteros de oficio. De pronto, sin que venga a cuento, improvisa un discurso diciendo que su nombre es Joel Parimango y cuando arribe a la alcaldía de San Juan su prioridad mayor será imponer el deporte en todos los niveles de la sociedad campesina. En medio de su fervor pide que voten por él para después realizar la revolución del deporte en el distrito tradicionalmente olvidado y que tiene un gran futuro considerando, por ejemplo, las posibilidades del ejercicio del peloteo.