EL BUEN GOBIERNO DEL CAPITÁN (II)

El capitán de granaderos, don Gregorio del Castillo,  era un varón que se levantaba con el sol y que gustaba de entrarle al trabajo diario. No era muy afecto a enredar por gusto las cosas, a complicar las soluciones, a bayanear descaradamente.  Es posible que esa opción preferencial le hizo nada paciente contra las personas que no trabajaban, que gustaban de andar en vagancias, que buscaban fomentar líos  y pendencias. No les quería para nada en el territorio de la fronda, y esos ciudadanos tenían que salir volando o nadando debajo de las aguas al término de 15 días después de la emisión del decreto de marras.

Es una suerte o una fortuna, o ambas cosas a la vez, que el acápite referido no haya prosperado en esta ciudad, por ejemplo.  En estos tiempos, si se aplicaría al pie de la letra ese dispositivo letal, algo así como medio Iquitos tendría que marcharse en el término de la distancia. Marcharse sin volver la vista atrás ni esconderse cerca para regresar en la noche. Antes de los 15 días establecidos la urbe se vería seriamente afectada y ya no tendría como un espectáculo cotidiano, por ejemplo,  esos lugares de juego de baraja o bingo o alguna otra diversión que confíe en el azar.  El rubro que sufriría más,  posiblemente,  sería el dinámico sector político.

Es sabido que algunos candidatos carecen de trabajo fijo o conocido. Nadie sabe cómo paran la olla a diario ni de dónde sacan los billetes para sus gastos mínimos. O para las francachelas. En tiempos normales van de un lugar a otro, tocan varias puertas, se entrevistan con varias personas, cambian de camiseta, buscando donde acomodarse o donde pescar a río revuelto. En las campañas por los votos aparecen de pronto, demostrando brío y  obstinación por arribar al poder. Y nadie  sabe de dónde salen los recursos que gastan a manos llenas.

Los que fomentan paseos sabatinos y dominicales sin haber trabajado ni una hora durante la semana, tendrían que marcharse en el acto. El decreto del capitán de granaderos les agarraría del cuello. No podrían poner las barbas en remojo, cambiar de actitud y buscar algún trabajo. Solo así se acabarían tanto feriado largo, tanto rojo en el calendario, tantas celebraciones al año. Es posible que esa medida dinamizaría la gallardía habitual de la floresta,  y hombres y mujeres trabajarían de lunes a domingo, olvidándose de asuetos, descansos, permisos y otras conductas evasivas.

El documento del capitán de granaderos hubiera sido muy importante  en estos días,  en aras de la calma y del sosiego que merecen los moradores de cualquier lugar. No  hubiera permitido el ingreso aparatoso de los temibles chinos y sus excesos, sus abusos,  sus burlas, durante la construcción del famoso  alcantarillado. El dispositivo hubiera impedido que los orientales entren a romper pistas, caven agujeros, desvíen  el tránsito vehicular como si se tratara de un laberinto sin solución. Así se hubiera evitado tanto lío por las puras, tanta camorra gratuita.

El buen gobierno del capitán, que tenía ojeriza a los vagos, mampolones, distraídos que comían gratis, acomodados que se aprovechaban de uniones y parentescos y otros sujetos de mal vivir, hubiera convertido a la maraña en algo distinto.  En un lugar de seres laboriosos y aptos para el esfuerzo continuo. Es una suposición, por supuesto. Porque nadie sabe lo que hubieran hecho esos ciudadanos para evitar la expulsión antes de los terribles 15 días luego de emitido el decreto.