El ascenso del comandante retirado

Entonces, una vez concluidas las anforidades o jornada electoral del domingo ya pasado, lo primero que debería hacerse es limpiar los muros, las fachadas, las paredes, los paredones, las puertas, las ventanas o cualquier otra superficie casera o callejera, donde queda una inmensa papelería de tantas candidaturas que han sido. Esos afiches, con rostros sonrientes, con dedos levantados anunciando victorias improbables, con lemas optimistas, con siglas de partidos y colectivos ambiciosos del poder, son una  inmensa carga pesada que tiene que desaparecer porque así no solo lo manda la ley, sino la necesidad ciudadana de una cura de higiene luego de tanto tiempo soportando a los desprestigiados políticos de una u otra tienda. 

El retirado comandante Ollanta Humala, ganador de la contienda votante por más que los perdedores anden buscando otras bocas de urna, otras cifras, debería ser el primero en ordenar o pedir a sus huestes vencedoras que de inmediato borren la papelería con su propaganda partidaria. La política de la peruanía requiere de actitudes distintas, de gestos nuevos, de hechos innovadores.  Y cumplir con la ley sería una buena manera de demostrar que estamos ante una administración de otra índole. Y, gracias, a algo tan simple, tan posible. Las casas y calles limpias de su publicidad, antes de cualquier medida política, sería un gesto importante desde el poder recientemente adquirido.    

El retirado comandante debería, en el acto, ascender de grado. Nombrarse general. Divisionario no de tropas acantonadas ni de cuarteles mazorqueros. Nombrarse general en funciones en nombre de los excluidos, los marginados, los descamisados de la patria que han optado por su candidatura. Ese general probable debería entonces gobernar para ellos, los que lloran pero no maman de las ubres del poder, de las ubres del crecimiento, de los excedentes, de las ingentes ganancias.