El ahora alcalde de Punchana Euler Hernández apareció después de varias semanas de vivir enclaustrado o escondido o alejado de sus funciones ediles. Apareció de improviso y sin sus herramientas de albañil repentino y armado de una poderosa motosierra. Como si estaría en campaña, se dedicó día y noche a construir puentes y más puentes contra la creciente que avanzaba a grandes trancos y troncos. En su tarea el burgomaestre no concedía entrevistas a ni a sus periodistas rentados y menos a la prensa capitalina. Estaba solo ante las alzadas aguas y no iba a rendirse aunque eso le costara el cargo.
Estaba tan ocupado en su tarea que no recibía en su despacho a nadie, ni siquiera a sus selectos asesores. Entrampado en cortar troncos cercanos, en hacer tablas, en clavarlas sobre travesaños, no comía a sus horas ni dormía bien. La creciente seguía avanzando y él luego de inaugurado el puente no quería que nadie le usara, porque ese puente era de él y de nadie más. Tan rara conducta llamó la atención de la ciudadanía que se preguntaba por el día y la hora en que iba a comenzar a gobernar ese distrito.
Se hicieron conjeturas sobre el inicio de sus labores para las que fue elegido, pero nadie acertó porque el alcalde no hablaba ni consigo mismo.
En realidad, el alcalde Hernández nunca comenzó con ningún gobierno consistorial. Cuando se acabó la creciente él mismo se ocupó a de sacar los puentes con la poderosa motosierra. Y luego se puso su uniforme de albañil improvisado y con sus herramientas de antes se dedicó a tapar los agujeros que existían en las calles de Punchana. Cuando no encontraba algún agujero él mismo abría los forados para no perder su tiempo. Lo grave de todo es que pretendió reelegirse luego de no hacer nada.