¿Actas incumplidas?
En su afán de ganar votos, de conquistar el poder, ciertos candidatos pueden hacer tantas cosas, hasta payasadas de mal gusto como invitar a cómicos huachafos para entretener a la platea. La política no deja entonces de ser un espectáculo pobre donde afloran hasta traumas personales como eso de proponer la castración de perros callejeros o vagos. Entre las tantas cosas que hacen por estos tiempos esos intrépidos aspirantes al pequeño poder de provincia, figuran las incontables actas de compromiso que firman a cada rato, a cada momento. Con quien quiera que sea. Donde quiera que sea. Como si nada.
Nuestra historia de patria pequeña tiene ya suficientes años para conocer el destino de esas actas, en la mayoría de las veces. El primer paro contra el aprismo, por ejemplo, acabó en la firma de un acta de compromiso donde se establecían las cosas que este gobierno tenía que hacer para beneficio de la región de los verdes bosques. Hasta ahora el gobierno no las hace. Ni las hará, al parecer. El acta está allí, y nadie dice ahora nada para que se cumplan las promesas. Así las cosas, las actas firmadas parece más bien una manera de salir del paso, de evitar los conflictos. Al final, las actas rubricadas no sirven para nada.
En algunas partes, en olvidadas gavetas, en apartados y nunca visitados estantes, en archivos clausurados, están las tantas actas firmadas a lo largo del tiempo. De manera que los tantos compromisos que ahora los candidatos firman, con sonrisas, apretones de manos y divulgación en los medios, podrían convertirse en las nuevas actas incumplidas. ¿Qué obliga a un candidato a cumplir con lo que dice, a cumplir con sus ofrecimientos? Nada ni nadie. ¿No se podría hacer algo para que toda acta firmada no acabe en el olvido?