La errónea oposición del mandatario
El mandatario Alan García Pérez, un hombre culto y locuaz, eventual cantante de rancheras o boleros o valses y hasta autor de libros, ha resultado duro de roer en el tema cultural. Hasta ahora no ordena la construcción de la prometida estatua de Rumi Maqui, no dice nada sobre el también prometido ministerio cultural y no entregó la casa que además prometió a un desconocido danzante de tijeras. Se ha extraviado en su larga lista de ofertas incumplidas como cualquier político peruano. Todas esas promesas, que el viento se está llevando, se agravan con su actual oposición a la llamada Ley de Mecenazgo que propone desde hace tiempo la congresista Luciana León.
Cualquier razón que esgrima el autor de El mundo de Maquiavelo para oponerse a ese intento de ayudar o apoyar o incentivar la actividad cultural de personas o grupos, nos parece un grave error. Un error mezquino. Porque no se trata de centavos más o centavos menos, de millones más o de millones menos, que no entrarán a las arcas del Estado. De lo que se trata es de llenar ese largo y viejo vacío que deja como una condena ese Estado inepto que jamás ha tenido una verdadera política cultural. Se trata de hacer que empresas y personas se encarguen de inyectar dinero para incentivar la vida cultural de los peruanos. Como se hace en otras partes. En México, por ejemplo.
El mandatario Alan García Pérez, un hombre que lee libros, que canta con fervor y baila mal y que hasta escribe libros, debe reflexionar en la soledad de su trono sobre su actitud. Con todo el respeto que nos merece su alta investidura, desde esta trinchera ubicada en la remota provincia, le decimos que debe cambiar de opinión. No se trata de dinero. Se trata de otra cosa. Es muy posible que, gracias a esa ley, tantos artistas en el futuro no muy lejano dejarán de morir en el abandono, en el desamparo, en la indigencia.