Editorial – Diciembre 21

La intestina lucha por la presidencia

El primer virrey de América sufrió el atentado del golpe estatal. Acabó en la mazmorra y nunca recuperó su antiguo reino.  El último virrey del Perú tuvo que firmar la derrota de todo un régimen, el colonial,  ante la avalancha de los libertadores. Entre ambos extremos de caídas,  nació el presidencialismo nuestro. Sus inicios son inestables, violentos, precarios. En cada peruano parecía estar oculto, disimulado, un presidente en potencia. Esa obsesión por la cumbre, nacida del caudillismo, del procerismo o de la megalomanía, el encono de luchas intestinas por el poder, donde no escaseaban militares y sus troperos.

El exilio en una nave que nunca atracaba en ningún puerto y que no permitía descender a un enfermo, empobrecido y vejado mariscal Ramón Castilla, es posiblemente la imagen más patética, más dramática,  de la lucha intestina por el poder presidencial en este país. Porque el que entonces gobernaba, Pezet,  quería acabar con su prestigio, su leyenda, para que nunca más hiciera sombra a otras vanidades, otras ambiciones. Pero lo que fueron las cosas, la ira se volvió contra el propio Pezet. Contradicciones del presidencialismo bárbaro. Las elecciones para ocupar el añorado sillón de Francisco Pizarro están a la vuelta de la esquina. Y, otra vez, la lucha política ingresa en los bajos fondos de lo intestino.

El saliente Alan García Pérez rompió los fuegos al acusar de loco a alguien que quiere repetir el plato gubernamental, Alejandro Toledo. El resto será una historia conocida donde abundarán los excesos verbales, los golpes bajos, las injurias públicas, los enconos de fango. La guerra otra vez ante las narices de los pobres electores. Así, la búsqueda del presidencialismo no será una campaña de nivel, una muestra de civilización.