El servilismo periodístico

En el presente panorama electoral, como un complemento de los bajos fondos,  acaba de evidenciarse un bochornoso contubernio, una denigrante sociedad, entre un político casi olvidado y una periodista que suele mostrar una amplia sonrisa mientras pontifica de honestidad. Ambos se muestran como uña y carne y comparten cartas donde mencionan sus enconos, sus rencillas, sus extrañas gestiones, sus apetitos nada santos y hasta involucran a otras personas en una especie de conspiración entre el poder de antes y la prensa de hoy.

El ludópata Ramón Castilla decía, muy jactancioso y bastante pueril, que a los periodistas había que comprarlos o encarcelarlos. El ahora casi potentado ex alcalde no hace ni lo uno ni lo otro. Hace algo peor. Envilece a alguien del oficio, porque lo vuelve cómplice de sus astucias y sus mañas. El lacayismo es una vieja práctica del gremio periodístico de cualquier parte del mundo. Consiste en convertirse en decidido partidario, en irrenunciable bufón, de alguien. Generalmente de uno que está en el poder o que aspira al poder de nuevo, como es el caso de ese tránsfuga sin ninguna vergüenza.

El poder, sobre aquí, necesita rodearse de mediocridades, de nulidades, de pequeños en todo,  para sentir  que brilla con luz propia. Inventa su propia grandeza errante y desconoce la crítica, el cuestionamiento. Es así como una periodista de por acá, en vez de siquiera revisar la desastrosa gestión edil del antiguo aprista y ahora unipolista, se dedica a cumplir labores serviles, celestinas, que están lejos del ejercicio decente del periodismo. Una lástima que  tan grande oficio tenga su lado tan oscuro y bufonesco al servicio de un político que tiene mucho que explicar a los electores.