DISTURBIOS DEL COLAPSO
Las ruinas del tiempo edifican la eternidad. En otras partes. En estas ubres las ruinas del tiempo, o sea el paso de las horas, nos anuncian colapsos. La alerta de la ruina del mercado de Yurimaguas no tiene nada que ver con la Perla del Huallaga y otras pócimas. Tiene que ver con nuestra historia, con nuestro presente. Es la otra raya del tigre, el nuevo zarpazo del gato. El colapso es nuestra compañía no deseada, nuestra mala conciencia. Existe desde que existimos como ciudad. Su origen se remonta a las obras mal hechas, peor ejecutadas y demás lacras del subdesarrollo que también estuvieron en la misma fundación oficial de Iquitos. Nadie sabe, por ejemplo y por otras partes, cuánto se gastó para construir una perenne defensa orillera contra el Amazonas. Toda esa inversión se la llevó el mismo río, creyendo que era mozuela. No estamos haciendo un listado de colapsos a lo largo y ancho de los años desengañados, sin embargo.
Lo que queremos decir escribiendo es que la noticia de Yurimaguas no es el mal que padece el vecino. Es nuestro mal. Es algo que flota ahora en el ambiente. Hurga en las riberas donde los ríos hacen de las suyas. Desborda ciertas gestiones que no pueden cuadrar sus cifras. Amenaza las entrañas de un alcantarillado que se demora demasiado. Está en el corazón de las obras que hasta ayer prometían tanto, como la fábrica de yuca ubicada en la carretera que nos lleva y nos trae de Nauta.
Los disturbios del colapso rigen nuestras vidas que van a dar al mar que es el morir. Ahora le toca el turno al mercado de Yurimaguas. Mañana la ruina estallará en cualquier parte de la hoya amazónica. Ese edificio abandonado de la calle Raimondi no va a estar de pie eternamente. En cualquier momento se derrumbará, sin ninguna duda. Como se derrumbarán otras obras que seguirán sin resistir la prueba del tiempo. Una nueva pista, por ejemplo.