Nuestro país ha experimentado de todas las sensaciones, una pequeña fracción, en tiempos acelerados. Parecen estos meses salidos de películas, aunque la realidad ya hace tiempo que ha superado la ficción. La imaginación, desde la perspectiva de un niño, tal vez nos ayude propiciar las condiciones oportunas para librarnos de los enfrentamientos, con tal de condicionarnos a la reconciliación nacional en miras al Bicentenario.
Diría el argot popular, en palabra de sabio, vigente siempre en más de una decisión altanera: Siembra vientos y cosecharas tempestades. Para la situación actual de la lideresa de Fuerza popular, Keiko Fujimori, lo anterior queda promulgado, pues con el primer poder del Estado (el parlamento) sobre sus hombros, no hizo nada más que obstaculizar el plan de gobierno del Ejecutivo, representando una oposición obsesiva y adictiva. De forma tan descarada blindó, a través de sus “títeres parlamentarios” a los sospechosos de liderar la banda criminal “Los cuellos blancos del puerto”, argumentando la falta de pruebas contundentes para una sanción constitucional en una decisión que evidenciaba explícitamente la negociación de intereses con los acusados. Todo en cargamontón, enferma; la lealtad ausente, divide y revela la crueldad de los actores.
Por otro lado, nuestro mandatario, Martín Vizcarra, debe sentirse tentado de permanecer enfocado en la batalla por el poder, pero tiene al otro extremo la tarea de enrumbar los destinos del Estado. No se pueden hacer las dos cosas en simultáneo: dicha lucha requiere de condiciones que se contraponen con las tareas habituales del mandatario en su rol de administrador; exige polarizar, confrontar, acuerdos excluyentes, entre otros. La sapiencia mental que le dedique a la estrategia política es tiempo muerto cuando se trata de las labores propias del Ejecutivo. Deberá hilar muy fino el mandatario al elegir su camino. Su aprobación subió por la confrontación, pero podría desvanecerse por la falta de administración.
La soberbia humana, que es inherente a nuestra condición, solo se combate con conocimiento, reflexiona tras los sucesos políticos de la última semana, Carmen McEvoy, en su columna dominical para El Comercio.
Los días y las noches transcurren sin preocupación, aunque parecen prolongarse —para algunos o, a todos en cierto modo— lo demasiado para producir lamentaciones, lo necesario para producir conformismo. Los procesos naturales (físicos, químicos y/o biológicos) son inevitables, así se tenga optimismo o pesimismo, así uno los espere o los olvide. He ahí que nace la única verdad: somos una partícula íntima del universo que tarde o temprano desaparecerá.