Detrás del biombo

Fui al médico por unos puñeteros dolores por la región de la pelvis. Era una agonía y me ponía de mal humor. El diagnóstico fue una tendinitis y me derivó a la fisioterapeuta. Me programaron la cita y la fisioterapeuta me diagnóstico una tendinitis en el recto interior, no estiraba a plenitud la piernas. Eran unos dolores incómodos que los soportaba estoicamente en silencio. Carmen, la fisioterapeuta, me recomendó un tratamiento de diez días con electrodos y ejercicios, y me dio las fechas desde el día siguiente. Los cumplí religiosamente y acudía a mi cita diariamente. Para el tratamiento me echaba en una camilla encerrado en un biombo. La atención de Carmen y Marisa era encomiable, de una amabilidad y chispa muy hispana [la de Marisa] más cuando la sanidad pública madrileña y española está en seria crisis por los recortes del gobierno. Era un modelo de sanidad pública ejemplar, y hala, a privatizar ¿Por qué no privatizan otros sectores? Es que aquí está el negocio, dicen frotándose las manos. Bueno, ellas atendían a muchas personas a la vez y Carmen simultaneaba con las consultas [¿Trabajará así Rajoy o Rubalcaba? Creo que no]. A ratos me recordaba esas imágenes de guerra civil española narrada por G. Orwell. Allí van personas con las dolencias de cuerpo. Lo interesante es que detrás de ese biombo mientras esperaba el tiempo de los electrodos escuchaba mil historias de los pacientes, me recordaba al personaje del periodista de “La guerra del fin del mundo”, miope en plena guerra, mientras en mi caso tenía el biombo. Escuchaba que una chica había roto con su novio luego de diez años y partía de vacaciones a Londres e Italia para desconectar, ella era una fan de los smartphone y cotejaba las notas de la universidad desde el móvil. Una señora que tenía hijos en paro, eran dos hijos y no veían el futuro muy claro. Otra señora contaba que su hija hablaba cuatro idiomas y que supervisaba camiones en España y Europa. Un muchacho con dolencias del pie, otro un joven húngaro de nombre Lazlo y que a Marisa se le hacía impronunciable. Otros que la jubilación no le alcanzaba para fin de mes y despotricaba de los políticos, de la monarquía. Que son unos chorizos. Todo eso escuchaba detrás de ese biombo e imaginaba los rostros de las personas porque no puede ver a ninguno porque cuando terminaba yo con los electrodos y ejercicios ellos ya se habían ido. S sonreía y me apostillaba, allí hay material para una novela. Acabo de terminar mi tratamiento y estoy mucho mejor pero extrañaré escuchar esas buenas historias detrás de ese biombo.

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