La vida política que se vive, en un lugar llamado mundo, se ha quedado deshuesada. Sin sabor, ni color, huele a podrido. Es hegemónico el pragmatismo de baja estofa que muestra la peor de sus caras, ante cualquier iniciativa que tenga el sello de cultura o de lo social se pregunta con cara de cínicos ¿cuánto va costar? Por ejemplo, cuando hay propuestas sobre aspectos de dependencia que beneficia a personas mayores o personas con discapacidad. Sacan el lápiz y papel, y hala a calcular costes. Se bebe ese tufo mefítico de la economía de estos tiempos. Todo lo traducimos a costes, es de un utilitarismo malsano y deformante. Curiosamente, estos mismos reparos no se encuentran cuando se decide privatizar la gestión de un servicio público, claro, en sus ojos se les dibuja el signo de dólares o euros como Rico Mac Pato o tío Gilito como le llaman por este lado del planeta. Una de las tramas corruptas existentes en Madrid hacía negocio con la educación pública. Los colegios públicos se concertaban (con socios privados), y los y las corruptas, cobraban una sinecura por esa operación que afecta a las arcas públicas. Así, sin más. Y para rematar, en los foros y entrevistas daban lecciones de moral y ejemplaridad pública. Amén de las cuentas que tienen en paraísos fiscales como lo hace el jugador Lionel Messi del FC Barcelona y otros que quieren ser ejemplos para la niñez. La corrupción está empobreciendo la vida de este país. En todo este quilombo es muy curioso que nuestro Nobel de Literatura lance filípicas contra Venezuela o Grecia y calle en un ensordecedor silencio con la corrupción institucional en España y que está arrojando una democracia de baja calidad con un Estado opaco y patrimonial. Añoramos a ese sastrecillo valiente que parece que ha claudicado. Mientras tanto seguimos en la ciénaga y con un shupihui en la mano.

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