Desde hace un buen tiempo la política española huele mal. Pero no sólo en estos últimos meses si no desde hace un tiempo. Las instituciones democráticas caminan dentro de una tremenda opacidad. Me parece que el legado autoritario del franquismo ha tenido muy pocas enmiendas y los que gobernaban se sentían muy cómodos de esa herencia autoritaria y no han hecho los cambios necesarios que se requerían con urgencia. Era un sistema para armar. Todavía muchas entrañas del Estado siguen siendo patrimoniales. La universidad es una metáfora de la endogamia en su máxima expresión, lo dicen informes y reportajes sobre el tema, eso redunda en el provincianismo mental que habitan en ella. En el ámbito institucional el bipartidismo ha sido el peor remedio. Se percibe, la ciudadanía también, que estas instituciones o personas que la dirigen están tutelados por los gobiernos que los han nombrado. No se salen del guión establecido. Esa sensación de tutela institucional la ciudadanía la ha percibido con mayor evidencia en la actual crisis económica. Del boato económico que se vivía nadie dijo nada, todos y todas miraban hacia otro lado. Se ponían de perfil, como dicen en el argot de la administración. Los mecanismos de control estaban ciegos. Los políticos/cas se comportaban y comportan como si ellos o ellas están por encima de la ley y no estaban sujetos a control de la ciudadanía y menos a una rendición de cuentas, eso era hablarles en sueco a ellos. Que al final todo se solucionaba y soluciona entre amiguetes. Se avizora un período de cambio porqué la gente está cansados de estos golfos y, como buen peruano que ha pasado y sobrevivido muchos combates, me recuerda cuando cayeron los partidos tradicionales en Perú que se habían lucrado del ejercicio del poder con prebendas y corrupción (aquí también se emplea la misma denominación de partidos tradicionales) y dieron paso a los partidos o personas nuevas que nos han sumergido en el lodo. Claro, era otro hemisferio y otras escalas geográficas. Veremos que pasa por aquí.