COLUMNA: PIEDRA DE SOL

   

Por: Gerald  Rodríguez. N

Hablando aproximadamente de la Justicia en el mundo, en nuestro país, en la región, en la localidad o en cualquier parte del mundo,  hablamos de que las fuerzas armadas que deben salir a resguardar las calles por los índices de violencia que vienen creciendo cada día más, la violencia en un país con un gran complejo de desigualdad en las más de la mitad de sus habitantes que no sienten que la igualdad sea un cosa para todos, la justicia sin libertad, sin igualdad, sin moral, rompe la realidad y no lleva pensar que este país ya es un limbo del infierno dantesco.

En realidad, como lo reconoce el mismo John Rawls, en su libro Teoría de la Justicia, existen muchas formas de justicia y muchas cosas de las que decimos que son justas e injustas. Así las leyes, las instituciones y las actitudes y disposiciones de la personas, pero de todas ellas a él le importa una forma de justicia: la Justicia Social. El tema central de este libro es la verdadera justicia cuando hablamos de justicia. El objeto de la justicia es la estructura básica de la sociedad, más exactamente, el modo en que las instituciones sociales más importantes distribuyen los derechos y deberes fundamentales y determinan la división de las ventajas provenientes de la cooperación social. Por instituciones más importantes entiendo la Constitución Política y las principales disposiciones económicas y sociales.

El problema de la legitimación del orden político, siempre y cuando nos parezca válida la empresa de la modernidad política, que consistía en la búsqueda de una guía normativa mínima, es decir, racional, capaz de servir de punto de referencia para el enjuiciamiento ético de las instituciones y la práctica política. La razón fundamental no la encuentra en el egoísmo natural que habita en los hombres -doctrina que sostienen los utilitaristas-, sino en que no hemos sido capaces de llegar a acuerdos en una posición razonable para todos. Se trata, entonces, de buscar una teoría moral que sea congruente con una comprensión profunda de nosotros mismos en tanto seres racionales y razonables y que, además, nos permita encontrar en las tradiciones arraigadas de nuestra vida pública lo más justo para todos. Esta es, entre otras, la novedad y originalidad de nuestro autor.

De este modo las instituciones de una sociedad favorecen ciertas posiciones sociales frente a otras. Estas son desigualdades especialmente profundas y sin embargo, no pueden ser justificadas apelando a las nociones de mérito o desmérito. Es a estas desigualdades de la estructura básica de la sociedad, probablemente inevitables, a las que deben aplicar en primera instancia los principios de la justicia social. Estos principios regulan, pues, la selección de una constitución política y los elementos principales del sistema económico y social.

Se trata, en últimas, de pensar, de reflexionar -así sea hipotéticamente, como lo hace Rawls- una sociedad en la que los hombres libres e iguales podamos vivir justamente. ¿Puede existir acaso una utopía más grande y excitante que esta? No lo sé pero para Rawls, como para los que aún soñamos un mundo otro, es probable que  no.