En la glorieta de la Plaza 28 de Julio, un hombre de baja estatura, bastante rechoncho y muy locuaz, protagoniza un caso de crucifixión espeluznante. Las 24 horas del día esta adherido a la cruz del suplicio con los brazos extendidos y las manos clavadas al madero. En su cabeza carga una pesada corona de espinas y cada 30 minutos uno de sus catedráticos le aplica sendos latigazos. No es una expiación de pecados o culpas. Es una protesta contra la nueva ley electoral peruana que los candidatos de cualquier cosa tienen por lo menos leer medio libro.
El espantoso crucificado es el señor Cesar Acuña Peralta que quiere postular al Gobierno Regional de Loreto, a las municipalidades de Maynas, Belén, Punchana, San Juan, Jeberos y Balsapuerto y otros lugares de la fronda. Todo a la vez porque esa zona sigue ocupando el último lugar en comprensión de texto y es el reducto natural del torturado, según sus propias declaraciones. En los espasmos que le deja el suplicio, advierte que él también es charapa y lanza diatribas, blasfemias contra cualquier libro, aun de autoayuda o del plan lector o de cualquier aventurero mediático.
El señor Acuña se niega a cumplir con la ley, no quiere leer ni un cuarto de libro, obstinado jura que lo que vale es la plata y no la lectura, pues él, poblado de billetes, jamás ha leído un solo ejemplar en su vida de triunfador. En vano las Naciones Unidas quiere enviarle un experto en lectura veloz, en vano un colectivo de comprensión de texto pretende enseñarle un método de lectura divertida, en vano libreros le muestran textos disminuidos, sintetizados, mutilados.