Por: Gerald Rodríguez. N
Entonces mi juventud era algo confusa dentro las aulas de una antipática, gris, aguadijada y desorientada universidad, con sus pasadizos mal olientes, docentes ausentes, un tigre azul en el cielo, un oso hormiguero rumiando por los baños y Antonio Cisneros bostezando cada vez que alguien lo ignoraba en la biblioteca. Así conocí al poeta Toño, al Cisneros de los versos en cavernas oxidadas, en medio de mi desazón juvenil, de la decepción intelectual de mi caverna, Toño apareció uno de esos días amontonados en la ciudad universitaria, cuando los docentes estaban empezando a desconocerlo, sin haber leído nada del poeta hormiguero, y yo seguía batallando por querer ser poeta, contra quienes me daban de comer.
Destierro (1961) es el libro del despojo familiar, el destierro de uno consigo mismo, Cisneros recuerda con destierro el amor, y representa en el peruano andariego todos los corazones de un tiempo sin mañana. Cisneros es la voz del peruano con la sangre en la flecha del silencio, un quejido en la orilla submarina que recuerda con peste lo que significa ser hombre en la ciudad. En David (1962) retorna a la lírica vida de David, su canto es ceremonial sobre el humanismo del rey místico, humanismo desde la mística palabra (Eliot, Thomas Dylan). En este libro el síntoma de la crónica-poesía es notoria, pero con más claridad se vería en Comentarios Reales (1964), donde la historia-poesía, la crónica-poesía revela un lenguaje fresco, personal, cotidiano y personal, donde Cisneros se aleja de su búsqueda poética y se encuentra en el momento donde marca la originalidad junto a sus coetáneos. El dolor, la muerte, la familia, son algunos de sus temas que recaen sobre un país dolido y fragmentado, el verdadero comentario real de una Lima y de un Perú de todos los tiempos.
Pero tal vez el libro que más se recuerda por su madurez, y por la impregnación de un estilo propio y generacional, sea Canto ceremonial contra un oso hormiguero (Premio Casa de las Américas, 1968), donde el lenguaje una vez más se ve provisto de una interpretación sólida con la realidad, con el tiempo de su vivencia, Cisneros es el oso hormiguero que mete su tremenda trompa por los escaparates de su vida, pasada y presente, que tiene como fondo la historia del Perú y de otros personajes, y que lo asocia con su vida propia. Canto ceremonial es la declaración de una independencia poética enfrascada por un clima histórico y familiar.
En Agua que no has de beber (1971), al igual que en Como higuera en un campo de golf (1972), la poesía de Cisneros consolida su profunda reflexión sobre la historia del Perú como si fuera su vida propia. Tal asociación deja de ser personal para consolidar un todo bajo un mismo ritmo y horizonte cuando se trata de considerar la vida de todos los peruanos como la vida del propio mundo pasado. La vida del Perú antiguo en la sangre de cada uno de los presentes. Su poesía no deja de ser esas crónicas que dejan der crónicas para convertirse en poesía, Cisneros deja su acercamiento a las fronteras místicas para proclamar la verdadera independencia del peruano olvidado. En El Libro de Dios y los Húngaros (1978), como en el resto de su poesía que siguió escribiendo después de este libro, salta del misticismo a la proclama de independencia cotidiana del peruano de a pie, de su paso por la otra parte del mundo, tan cotidiano como él nos muestra la poesía, tan cotidiano como leer poesía, comer manzana, o espantar a un oso hormiguero de la casa, mientras el viejo Marx sigue en la sala, sin intentar afeitarse la inmensa barba que le pesa, siempre en el cuadro oculto de la casa que nadie intenta ver.