Por: Diego Pezo Pfenning
Hace unos días asistí a un congreso sobre psicoanálisis, creatividad y diálogos con otras disciplinas. Como panelistas teníamos, además de terapeutas, psicólogos y psicoanalistas, a actores, actrices, dramaturgos, músicos, poetas, entre otras personas dedicadas al arte. Cada quien desde su lenguaje nos podía alcanzar una comprensión personal acerca de lo que implica su oficio creativo.
Una idea compartida por casi todos tenía que ver con la creación como el intento de hacer “aparecer” cosas nuevas, sea desde el cuerpo, desde las melodías, desde las palabras o desde el punto de origen o materia que se haya estudiado y trabajado. Había también un consenso en que aquello que se hace aparecer se crea desde algo previo, ya dado, pre-existente. El acto de crear se trata entonces de hacer con lo que existe, algo distinto.
Una frase que me quedó grabada fue «el artista no es una clase especial de persona. Cada persona es una clase especial de artista». No hablo aquí del intento de levantar los cimientos una obra de arte, sino más bien de la capacidad que tenemos los seres humanos para crear, entendiendo por “crear” la cualidad para transformar.
Si vemos lo cotidiano como una suerte de “hoja en blanco” en donde es escribe nuestro día a día, a manera de bocetos o potenciales escrituras, vale la pena incluir ciertas preguntas: ¿Qué estoy creando? (Tal vez sin notarlo o caer en cuenta de ello) ¿Qué acción de mi día ha tenido que ver con un acto creativo?
Hacer el pasaje de aquello que emerge del “alma” hacia la palabra, podría ser por ejemplo un acto creativo, como cuando alguien registra en sí calentamiento o furia y convierte esta sensación en un “estoy enojado”. Allí opera la capacidad creativa. Si se tiene el impulso de hacer algo más con aquellas palabras, como por ejemplo, trasladarlas a un diálogo con alguien para hablar de aquello que enoja; la capacidad creativa sigue poniéndose en marcha.
Un camino distinto para aquel impulso creador puede ser si se utiliza un lenguaje diferente, adicional o alternativo como camino de expresión. Si seguimos el ejemplo de esta persona que siente furia, registra la furia y decide coger, por ejemplo, un poco de masa moldeable y convierte con sus manos una figura informe a la que tal vez luego intente darle una forma clara, podemos afirmar que esta persona está creando. Ha vuelto su furia una empresa moldeable, una silueta, una estructura diferente.
Cuando alguien se encuentra tomado por una incómoda angustia y el impulso lo lleva a mover su cuerpo, a convertir esta sensación en algo más, y esta persona decide poner en orden su espacio, barre el piso, limpia telarañas, quita el polvo, mientras trata de quitarse el malestar de encima. En esta situación, lo que existía previamente era el desorden, lo caótico, tanto en el espacio exterior como en el mundo interior de la persona. Y el intento aquí tiene que ver con poner algunas piezas en su lugar, el paso del desconcierto hacia la búsqueda de cierto equilibrio. Es decir, el caos va transformándose en algo un poco más ordenado.
Los caminos para convertir en algo distinto lo previo son diversos. Esta posibilidad le da firme sentido a la humana experiencia. Crear nos atraviesa, es un acto inherente de nuestra condición humana, no solo es una actividad exclusiva de artistas ni de escultores, poetas o músicos.
Las palabras finales para el lector vienen con la siguiente pregunta: ¿Qué actos creativos, tantas veces no notorios y pequeños realiza usted sin darse cuenta?
Dejo la pregunta abierta, para quien desee contestarla.