“Resplandor”, de Paco Bardales:

Tiempo de Desastres  

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En la oscura Lima de los virreyes y sus consortes, en el Centro Cultural de España, fue presentada por primera vez esta primera novela, inicio de una trilogía, del autor citado. Luego la obra alumbró ese enero inolvidable donde Iquitos fue otra ciudad. En el estreno, en el presente libro, Paco Bardales describe un caos ascendente, un infierno posible, la degradación de un mundo cuyos habitantes originales consideran que descienden del cielo. La obra es una representación de variados desastres naturales y humanos, donde no escasea la pesadilla. En seguida, un fragmento de dicho libro. 

LA NOCHE CAYO SIN PRISA en los extremos de la ciudad. Una arenga, con valor de ultimátum, se escuchó en la Plaza 28 de Julio: Queremos preservar la libertad y la democracia. Salvaremos al oprimido pueblo de la tiranía de los terroristas. La bandera verde amarilla del Concejo Edil ondeaba en el asta mayor, al compás de los acordes de la Marcha de la Victoria Celestial.

El estrado móvil en el cual se había colocado una enorme gigantografía con el retrato del alcalde y su esposa, sonrientes, era vigilado nerviosamente por los 451. Los oradores del Gran Mitin aún no habían asomado sus cabezas.

Un considerable contingente de soldados acordonó el Centro del Mundo Shopping Center, enarbolando armas en ristre, tanquetas, carros portatropas, barreras de control.

El caos resultaba ambiente ideal para el concierto del Antifin de la Historia.

Los miembros de la Pandilla Urbana cargaron pesados maletines negros que los colocaron en una de las bodegas traseras del refugio. La Sumiko revisó nerviosamente las cacerinas, los revólveres, los explosivos. Litio armó una estrategia de escape.

Estaba llegando el momento.

A un par de kilómetros de distancia, el cielo se inundó de luces.

Loquito, caído sobre una de las esquinas, intoxicado, trató de pararse. No sentía sus piernas, los ojos se le habían nublado por completo, la boca se sentía pastosa y amarga. Adolescente, torpe, inservible, le dirían sus viejos. Sin embargo, tenía fuego y determinación. Quería probar que era un tipo valioso. Quería que se sintieran orgullosos de él.

Ningún traidor entra aquí y sale vivo.

Más de doscientos jóvenes, armados con fusiles AKM, mini – ametralladoras, UZI y FAL, entregadas en el cargamento clandestino de la República Bolivariana, movían la bandera antiaérea, los equipos de apoyo y la resistencia terrestre.

Era la Última Cena. La Pandilla Urbana cerraría el pacto de sangre, estaban Litio, el Serrano, los  hermanos Mongolo, Oe, el Mono Vidaurre, uno de los hermanos Morey. El bufet era surtido: chelas, ronsoco (¿dónde se han conseguido el Bacardy?), algo de cóctel para las hembritas, caipirinha, chizitos, pop corn, caribe sin filtro, Coca Cola. Kiribá, más nervioso que nunca, moviendo las manos, gesticulando, excitadísimo, sirvió en forma personal, a la medida de trueque, la ración especial.

El Loquito, triste, jugaba con un pedazo de cartón. La Sumiko se le acercó y le acarició la cabeza.

­-Nos van a degollar y exhibir nuestras cabezas en la Plaza de Armas con un cartelito: “Así mueren todos los perros fumones”.

-¿Se acabará? Digo, todo esto…

-No sé. Ojalá no los atrapen.

-El Bocón sabrá cómo escaparse y les va a sacar la mierda a esos cabrones genocidas.

-¿Cuál es tu apuesta?

-Puta, jodidos, pues, qué más da.

Jerry Lértora, el gran DJ de El Cruce, había sido capturado hace un rato y se lo habían llevado preso. Posiblemente lo estuvieron torturando. Había que ser precavidos. La UPS de carga extra de electricidad y las conexiones se desactivaron.