Los países de ahora son creaciones sociales del siglo XIX, la independencia de esa parte de América es clave para entender lo que es Perú o cualquier otro país, en este caso iberoamericano. Antes se viajaba por el mundo sin esas divisiones de países y con apenas papeles. Hoy es todo un ritual viajar. En las clases de derecho administrativo comentaba el profesor lo que antes se demoraba en viajar ahora se demora, muchas veces, en trámites administrativos relacionados con las visas, y los viajes se han vuelto relativamente rápidos. Recordar que Miguel de Cervantes, la administración colonial de entonces le vetó venirse a las Américas ¿hubiera cambiado la manera de contar el Quijote? Seguro que sí. Pero esa máxima estoica de la gran ciudad que sería el mundo ha desaparecido con la creación cultural de los países. Los países de nueva formación deben generar narrativas emocionales para la ciudadanía. Para ello crean himnos, banderas y otros símbolos patrios creando una gran gramática de emociones. En muchas de esas creaciones se dulcifica el pasado y se reinventa – recuerdo que una chica ecuatoriana me comentaba que los tratados de límites negociados en el período de Fujimori fueron nefastos para ellos; yo tenía otra aproximación sobre esos tratados, esa aproximaciones emotivas sobre determinados hechos hacen las naciones. En el caso peruano podemos ver con el Imperio de los Incas o ciertos períodos republicanos son dulcificados a lo grande. En esta vorágine, no hay persona que permanezca ajena a ese alud alrededor de los discursos de la nación. Desde niño bajo el paraguas de esa cultura cívica militar nos han enseñado amar al país de manera marcial, añadir que nunca me sentí cómodo con ese discurso militarista alrededor de la patria y de sus símbolos. De banderas y marchas, me parecían un exceso de amor. Siempre he pensado que hay otras maneras de vincularse con la patria. No solo marchando o cantando a viva voz el himno nacional. Una de ellas es la ejemplaridad pública de los funcionarios y autoridades. Que las autoridades no vaciaran la hacienda pública. O que velaran por los derechos sociales de los excluidos del modelo económico en que estamos inmersos. Sin lugar a dudas, ese sentimiento (llamémosle amor) a la patria se incrementaría.
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