Eran aproximadamente las diez de la noche del domingo cinco de abril de 1992. Me encontraba en la cama de mi habitación del Hotel “Mechita” de Contamana, leyendo una revista, aprovechando la luz eléctrica que, en ese entonces, se interrumpía a las 11 pm, hora límite de la prestación del servicio. El tener una pequeña radio grabadora-reproductora y no un televisor, fortalecía mi hábito de lectura. La ciudad estaba en silencio derivada de su condición de zona de emergencia, pero esa noche el silencio habitual me parecía más profundo.
De repente, escuché unos pasos apurados que venían por la vereda del fondo en dirección a mi habitación. Segundos después, unos fuertes golpes en la ventana me sobresaltaron, mientras una voz conocida me llamaba agitadamente: “¡Moisés, Moisés ¿ya estás durmiendo?! ¿Golpe de Estado, hermano, levántate, ven a ver en la televisión!”. En la puerta estaba Eduardo Del Águila, prominente aprista, ex alcalde provincial de Ucayali, quien con voz trémula me dijo: “Fujimori está hablando ahorita, en cadena de televisión”.
Ya en la austera sala de su casa que colindaba con el Hotel “Mechita” pude escuchar el discurso de Fujimori. Lo que más recuerdo es el anuncio de disolver el Congreso que los medios repitieron varias veces. Conjeturé con Eduardo: “Cuatro premisas, compañero: Uno, no creo que ésta sea una acción improvisada, para mí que todo esto ya estaba preparado con mucha anticipación. Dos, no lo está haciendo solo, de hecho aquí tiene algún respaldo de las Fuerzas Armadas, de empresarios y poderosos propietarios de medios de comunicación. Tres, un golpe de Estado no solo disuelve el Congreso, con seguridad que habrán otras acciones contra diferentes estamentos, tal vez los gobiernos regionales o las municipalidades que encarnan el mandato popular. Cuatro: no creo que dure mucho, el pueblo rechazará el golpe, saldrá a las calles y pondrá en su sitio a Fujimori.”
En esos años yo era un joven militante aprista ejerciendo la dirección municipal del gobierno local provincial y veía en este golpe un gran peligro para la democracia y la descentralización del país. Días después, conforme sucedían los hechos, pude comprobar que en algunas conjeturas respecto del autogolpe fujimorista acerté, y en otras me equivoqué. Efectivamente, Fujimori no lo había hecho solo, tenía de su lado a las Fuerzas Armadas -infiltradas desde 1991 por Montesinos- que esa misma noche, y mientras se transmitía el discurso, tomaron el Congreso, el Poder Judicial, el Ministerio Público, los principales medios de comunicación, el local del Partido Aprista; arrestaron a opositores políticos y a periodistas independientes, e intentaron asesinar a Alan García -su principal antagonista- asaltando su casa con tanquetas y soldados.
Posteriormente, cerraron los gobiernos regionales e impusieron unos denominados “consejos transitorios” que duraron nueve años, y si bien no tocaron los gobiernos locales, éstos posteriormente fueron subyugados a través de ofertas de financiamiento de proyectos. Pero contrariamente a lo que esperaba, el pueblo no rechazó el golpe de Estado, sino que lo aprobó de manera abrumadora, una meridiana expresión del cansancio popular con la clase política de los noventa.
El brío de los apristas que protagonizamos aisladas jornadas de protesta contra el golpe, fue envolviéndose paulatinamente por el manto mediático del respaldo popular a Fujimori. Me cabe el honor de haber redactado el acuerdo aprobado por el Honorable Concejo Provincial de Ucayali en su sesión del viernes 10 de abril de 1992, mediante el cual el cuerpo edilicio contamanino expresó su rechazo y condena al golpe. Por eso, mi homenaje, en este recuerdo, a mis compañeros regidores apristas: Jorge Vargas que dirigió la sesión como teniente alcalde, Nicasio Sánchez Meléndez (+), Jorge Quevedo Gómez(+), Herminia Tuesta Mathews, Francisco Sánchez Véliz, Manuel Gómez Pinedo, Jorge Tuesta Soplín, Arturo Paredes Ruiz y Jhonatan Vargas Tafur, así como a los regidores populistas e izquierdistas que se sumaron al acuerdo. Ellos sí saben lo que es la dignidad política frente a la arbitrariedad del golpismo.
Veinticinco años después, el señor Fujimori, autor del golpe, está encarcelado. De igual modo, varios de sus colaboradores, entre ellos generales que se embolsicaron varios millones. Le quedan sus herederos, los hijos del asistencialismo despilfarrador que expandió hasta las nubes para ganar popularidad. Nosotros, los apristas, en cambio, vamos caminando como siempre, en un camino difícil, con tormentas, derrotas y disputas tontas, pero aquí vamos, con la frente en alto y la mirada puesta en el azul del horizonte.